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Tan comunes como distintos

| Alex Neira / Sentimiento de autoctonía | Agosto 25, 2011
Si hay algo que se viene repitiendo de generación en generación es que nuestros defectos idiosincrásicos son de origen español; que la ociosidad, la mentira, la hipocresÃa, la envidia, y el cinismo, son herencia de nuestros conquistadores.
Ahora bien, ya quien se desprende de las tantas hipérboles de nuestros primeros e indigenistas educadores, y a la vez se adentra por cuenta propia en lecturas sobre el Incanato -o cualesquiera de las culturas precolombinas-, descubre que los antiguos pobladores de estas tierras asà también destacaron por bajas pasiones harto similares, a tal punto que las advertencias hegemónicas de los Incas fueron precisamente “ama suaâ€, “ama quellaâ€, “ama llulaâ€, o sea: no seas ladrón, no seas haragán, no seas mentiroso; justo porque no hubieron pocos nativos con tales lastres.
Sin embargo, a pesar de todo, el parecido con la idiosincrasia española es bien notorio; siquiera en lo que a defectos se refiere. De hecho, asà al menos lo constata Antonio Muñoz Molina, quien aparte de ser miembro de la Real Academia Española, es uno de los estetas mayores de nuestra lengua hoy en dÃa. Para esto, tuve la suerte de conocerlo hace varios años gracias a la revista de divulgación cientÃfica Muy Interesante (la versión española), siguiéndolo desde un primer momento por las luces que me ha hecho ver en diferentes áreas del conocimiento, y desde luego, por su humanidad.
Este escritor español en más de una vez -aunque de pasada- ha descrito a su gente, y al hacerlo he sentido que en realidad a quien describÃa era a la mÃa. Verán: “En España el entusiasmo visible, la energÃa generosa, casi nunca están bien vistos: hay demasiado cinismo y una corrupción diluida en casi todos los campos de la actividad pública y privada, de modo que si alguien muestra verdadera devoción por su trabajo se vuelve sospechoso, casi una amenaza; alguien que ama aquello para lo que se ha preparado durante muchos años y por lo que recibe un salario; alguien que no tiene tiempo para el cinismo o el chisme enfermizo porque su profesión le requiere el despliegue de todas sus energÃas; alguien, por último, que tiene el instinto magnÃfico de explicar con claridad lo que a él le costó mucho esfuerzo y muchos años aprender, el deseo de compartir los tesoros que ha descubiertoâ€; eso escribió en un artÃculo de octubre del 2009.
Con todo, ya mucho antes, en marzo del 2004 escribirÃa otro que, si bien tiene el mismo tÃtulo al antes citado: Elogio del Entusiasmo, enfoca el problema desde otra perspectiva, y lo curioso es que desde esa otra perspectiva también se trasluce un parecido gemelar con la gente de por acá. Observemos: “Por algún motivo, la desgana, el desengaño, el rechazo del mundo común y visible, tienen mucho más prestigio en literatura que el entusiasmo, la curiosidad y la alegrÃa. Tendrá que ver, supongo, con la vieja tradición cristina de recelo ante lo terrenal y lo tangible, especialmente en paÃses como el nuestro, donde la ortodoxia eclesiástica y las ideologÃas opresoras del rango y de la limpieza de sangre nos mantuvieron durante siglos al margen del libre flujo de las ideas y de los vientos saludables del comercio, la innovación tecnológica, las ciencias naturales.â€.
Por lo demás, Chiclayo, ciudad tan entremezclada con diversas culturas precolombinas, fuera de haber sido parte del Incanato como bien se sabe, es asimismo un ejemplo sobresaliente de esto en cuestión. Hasta se podrÃa afirmar que si la criollada se encuentra a lo largo y ancho del Perú, acá en Cix sale caliente, con su limón y su ajicito a un costado para colmo, ¡y bien taipá!
Acá, en la supuesta “tierra de la amistadâ€, existe una actitud de lo más malediciente frente al entusiasmo y la curiosidad, frente a la alegrÃa de contar algo que agrada mucho al narrador y que por ello mismo tanto ha profundizado para saber mejor. En cualquier parte florece la murmuración y el chisme, pero “el raje†únicamente alcanza su clÃmax por estos lares. “Maleterosâ€, como si dice en jerga, hay en todos lados, pero que rajen por el simple hecho de verse frente a alguien emprendedor, dedicado, diligente en sus tareas, básicamente es sello chiclayano. Desollar vivo a quien fuera que trascienda en algo es, casi casi un deber conciudadano. Por supuesto, apunto a esas personas medianas en todo (es decir la gran mayorÃa), esas que se paran en una esquina o se sientan bajo la luz de una sala dado que se aburren en sus respectivos recintos. Y asà acaban en grupo hablando mal de aquellos que no tienen tiempo para andar metiéndose en el mundo de los demás, por justo las ocupaciones en las que viven inmersos.
Y obvio, Chiclayo no es una isla, bastante de lo nuestro es del Perú, asà como mucho del Perú es muy similar a España. Quizá acertó Borges cuando dijo que el tema de la envidia era muy español. Pecado además de capital para cristianos y judÃos, de fijo uno de los principales y más detestables defectos para cualquier comunidad en general, ya que incluso en el egoÃsmo hay ganas de salir adelante, inclusive el mentiroso puede crear patrañas con la finalidad de ascender, de mejorar su nivel de vida exterior, pero el envidioso no cambia en nada, ni interior ni exteriormente; revolviéndose en su bilis con o sin cigarrillo en mano se pasa las horas renegando de la ventura de los demás, sin intentar cambiar él mismo siquiera un ápice.
No sé si será cierto eso que dijo Borges, que en España para decir que algo es bueno, dicen: “Es envidiableâ€, pero acá en Perú pese a no usar esa expresión, por lo que resta, es asÃ; el grueso de la población prefiere echarle la culpa a los polÃticos, a los vecinos, a la sociedad, antes que hacer cosas concretas cada quien para salir adelante, para permutar su insatisfecha y lacerante realidad.
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