CULTURA

¡Sálvese quien pueda!

SERENDIPIA   |   Varykino Aarón   |   Mayo 09, 2022

Recuerdo haber comprado este libro el mismo mes en que salió allá por el 2018, la razón de peso fue que lo escribió Andrés Oppenheimer, un reconocido periodista argentino que solía seguir de manera intermitente porque era difícil coincidir con los horarios de sus programas, pero sus entrevistas y opiniones suelen ser muy interesantes y acertadas, además de ser uno de los más grandes referentes del periodismo latinoamericano a nivel mundial; no por nada ha sido galardonado por el prestigioso Premio Pulitzer en 1987.

Es una lástima que la librería que visité no contara con otros ejemplares igual de reveladores como Crear o Morir (Debate, 2014), que entre sus páginas cuenta la historia de nuestro Gastón Acurio y que recomiendo como lectura ineludible para poder crecer como sociedad y país, ¡Basta de historias! (Debate, 2010), que grafica la realidad latinoamericana y propone acciones de cara al futuro, y Cuentos chinos (Sudamericana, 2005), este último libro nos da una visión preocupante de nuestra casta política sudamericana. Aunque valgan verdades que en bazar suelo los podemos conseguir, pero con algunos cortes y errores ortográficos característicos de su fuente de dudosa procedencia. Sin embargo, ¡Sálvese quien pueda! (Debate, 2018), que logré obtenerlo en original, vale con creces cada sol invertido en sus páginas.

Suelo ser muy quisquilloso cuando de visitar un restaurante para comer ceviche se refiere. No he sido bendecido con un estómago de fierro, sino más bien con uno que se resiente fácilmente luego de visitar cualquier restaurante que mis amigos buenamente me recomiendan, lo que hace que mi antojo de comer ceviche sea toda una odisea y, al parecer, para mi hijo también ¡cosas de la genética! El caso es que una vez llevé a mi hijo a mi huequito para comer ceviche, porque quería que tuviera esas mismas experiencias y recuerdos que me regaló mi papá y guardo con muchísimo cariño, ya que el simple hecho de compartir la mesa es un caro obsequio que no se le debe de dar a cualquier persona, sino a quienes realmente apreciamos, así me lo inculcaron y siempre he llevado esa mística en mi vida. Retomando, estábamos mi hijo y yo sentados esperando la fuente y como era costumbre en esa cevichería nos pusieron un piqueo de zarandajas, conchitas y cancha salada, gesto que nunca había visto en otras y era parte del atractivo de ese lugar. Despachamos la entrada pacientemente mientras tomábamos una Inca Kola y esperábamos el plato principal que llegó presto como siempre, comimos y disfrutamos de esa bonita sensación de compartir tiempo de calidad entre padre e hijo, dejamos el lugar y fuimos a casa; misión cumplida, mi hijo satisfecho y yo igual.

Repetimos la incursión unos meses después, mismo lugar, mismo ritual, mismas sensaciones; regresamos a casa, pero no fue lo mismo. Ambos caímos mal del estómago debido a una infección y mi hijo llevó la peor parte, una semana con medicamentos y dieta blandita para recuperarse, mientras toda la familia me señalaba de haberlo llevado a un sitio de mierda a comer. No contento con ello, pasados 6 meses volvimos y todo estuvo como siempre, sin contratiempos.

¿Por qué les cuento todo esto? La razón es el libro de Oppenheimer, pues en sus páginas habla principalmente de la inminente automatización de nuestro mundo y la desaparición de cientos de trabajos que serán tomados por robots; uno de estos el de la cocina. No es un imaginémonos, porque ya es una realidad en varios países del mundo, es solo cuestión de tiempo para que llegue a nosotros. El futuro pinta así: llego a mi cevichería de siempre (bueno, otra porque esta cerró por el tema de pandemia y al parecer no volvió a abrir y es una lástima), el caso es que me atiende el mozo, ordenamos y en la cocina tienen un robot que se encarga de elaborar el ceviche. Este robot escanea el pescado y garantiza que sea apto para el consumo humano, lo sazona y lo deja listo tal cual la receta que le programaron hacer, el ceviche llega a mi mesa y lo degusto con mi hijo ávidamente. Regreso unos meses después y el ritual se repite, el ceviche tiene el mismo sabor, no se pasa de sal, no le falta cocinar al pescado, el ají es el adecuado, las porciones son las mismas, un plato estándar con toda la magia y garantías de un restaurante que cuida a sus comensales; no tengo que preocuparme porque me vaya a caer mal debido a que el cocinero decidió que su pescado congelado podría aguantar unos días más y servírselo a sus comensales de estómago de fierro no haría la diferencia, o que por descuido se le fuera la sal y arruinara el plato o que las porciones no sean las mismas que la última vez que lo visité. Adiós a todo eso.

Viviría feliz en ese mundo en el cual los alimentos no tendrían que pasar por manos mal lavadas o cocineros despreocupados por la salud de sus comensales. Podría ir todas las veces que quisiera con mi hijo sin temor a que enfermara, con la garantía de disfrutar de una bonita experiencia que lo marcará positivamente para toda su vida.

¡Sálvese quien pueda! es un libro que habla de la muerte de todo trabajo u oficio que no tenga que ver con la creatividad, sino con la mecanización de su desarrollo. ¡Que las recetas son un arte!, dirán por ahí, pero la realidad es que si describes el proceso paso a paso es solo una suma de etapas que pueden bien automatizarse sin problemas, garantizando una experiencia estándar para todos, pero que de ninguna manera garantiza la muerte de aquel chef que innova y plantea un nuevo plato eso sí, pero a la larga esa misma receta innovadora se automatizará porque, como dijo Gastón y se rescata en el libro Crear o morir: «El cocinero que se lleva sus recetas a la tumba está condenado a verlas morir con él».

¡Sálvese quien pueda!  nos plantea el desafío de ser creativos con nuestro trabajo, pues si no lo somos, de ley que ese trabajo se automatizará y seremos reemplazados por robots. No es algo que vaya a pasar en el futuro lejano, ya está pasando en hoteles, restaurantes, supermercados, periódicos, cadenas de noticias, traductores, laboratorios, etc., reflexionemos sobre si somos lo suficiente creativos para hacerle frente a esta revolución o si, simplemente, seremos revolcados por esta nueva ola y nos ahogaremos en ella, como dice el libro ¡Sálvese quien pueda!

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