CULTURA

Metáfora y realidad

Vila-Matas explica el origen de su última novela relacionándola con dos derechos apuntados por Baudelaire: “el derecho a contradecirse” y “el derecho a irse”. Más allá de la literatura, ¿qué significaría avalar tal propuesta?

Alex Neira   |   Alex Neira   |   Agosto 08, 2012

A finales de abril Enrique Vila-Matas dio una conferencia titulada “La levedad, ida y vuelta”, en la Biblioteca Nacional de Madrid. Habló de su perspectiva como escritor, hasta desembocar en Aire de Dylan, su última novela acabada de publicar.

Además contó una anécdota relacionada con Roberto Bolaño. De una tarde en Blanes cuando sólo dieron vueltas en torno a Baudelaire. Así pues, entre otras cosas, Bolaño manifestó que debería seguirse una proposición del poeta francés: incluir en los derechos del hombre “el derecho a contradecirse” y “el derecho a irse”. 

Vila-Matas cita tales derechos ya que los considera ligados al origen mismo de su Aire de Dylan. Es decir, metafóricamente los relacionó con su obra literaria. Hecho de lo más admisible.

Ahora, en la vida real, la hecha de ciudadanos, de personas responsables de su vida privada como de su libertad política, proponer que deberían incorporarse los derechos que anotó Baudelaire a los Humanos, vendría a ser un completo absurdo si no una ignorancia supina. 

Por otra parte, aterra la cantidad de personas que mal interpretarán su novela. O más aún, quizá no caigan en la ficción pero sí en los comentarios del autor sobre el trasfondo de su composición. Considerarán que es muy de vanguardia “contradecirse” y más todavía, cuando las papas quemen invocarán su “derecho a irse”.

La falta de educación cívica aumenta, idóneos profesionales y técnicos se perciben orgullosos menospreciándola. Es moda en toda reunión social hablar de que todos los políticos son iguales, como cortados por la misma tijera, pareciera que nadie recuerda que la única diferencia entre ellos y los demás ciudadanos radica en que éstos sencillamente son investigados por todos los flancos. 

¿En realidad se diferencian mucho de los más de los empresarios, de los más de profesores, de los más de abogados, de los más de médicos…? ¿Acaso un corrupto no es consecuencia de un corruptor? ¿Acaso sólo delinque el que recibe y no el que ofrece? Por eso no basta con afianzar el roce social, los estudios académicos, la dicción, además es imprescindible ahondar en “política”.

Insistir en esto es fundamental, se tiene que correr la voz que quienes no participan de acontecimientos políticos no viven en la realidad. Acaso sabrán algo de ella por la rendija de sus vidas privadas, interrelacionadas con su comunidad, pero no entienden la magnitud de su saber. Ahora, también podrían  ya saberlo, entonces es necesario hacer recordar: ¡el precio de la leche, del arroz, de la azúcar, para dar unos detalles, dependen de decisiones políticas!

Por lo demás: “Derecho a la filosofía”, señalaba hace un tiempo el filósofo Jacques Derrida. Un derecho a la filosofía incluido en el repertorio de los Derechos Humanos, nada más y nada menos. Así pues, ¿asunto de fanatismo, un monotemático que quiere llevar agua para su enredado molino?

Todo lo contrario. A diferencia de subjetividades como las metáforas de Baudelaire, Derrida al margen de su profesión misma, debe suponerse comprendió el vínculo esencial entre política y filosofía. La interrogante, la duda en voz alta, la crítica, las ganas de preguntar y preguntar… y gracias a la política.

La filosofía es parte esencial de la política y la política es plena sólo por la filosofía. Si la política es libertad para elegir, elegir es razonar a través de preguntas más que nada filosóficas. Decir lo que pensamos, argumentar por lo supuestamente mejor, y por apartar lo peor, son temáticas ante todo inquisitivas. Es entrar en planteamientos que nada más a través de la reflexión se consiguen ordenar.

Por consiguiente, ¿qué tan peligroso puede ser un intelectual sin cultura política? Y con intelectual voy a aquellas personas que se expresan en nombre propio para la sociedad en general. Pues realmente son los peores detractores de la democracia. Y por ende de la filosofía y de la política en sí. No buscan ayudar sino resaltar, no quieren intervenir sino desmotivar, no educan para la esperanza sino para la desesperanza.

Los demócratas tenemos que intentar expandir las dudas y certidumbres que atraviesa la democracia. Dar nuestro granito de arena. Porque la gente vaya entendiendo que no se trata de vivir en una burbuja o un caparazón, que es más un modo de ser, actuar y solidarizar, que una forma de ganar, aventajar o destacar.

 

Foto: http://www.eldiadevalladolid.com/

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