Política
El animal lingüístico

CONCIENCIA CRÍTICA | Miguel Ángel Huamán | Agosto 03, 2022
Cuando los humanistas enfatizamos el habla como la cognición que nos hace a los humanos la especie más evolucionada del planeta, los ignorantes suelen retrucar que “no todo es lenguaje”. Es decir, manifiestan una creencia anclada dos siglos atrás que sostiene que la función más importante de la lengua consiste en informar sobre las circunstancias del entorno, la presencia de depredadores, alimentos o catástrofes naturales. Con otras palabras, reducen la cualidad del ser humano de ser parlante a la condición de muchos animales de disponer de sistema de comunicación y obvian que ninguno de estos se asemeja ni remotamente a nuestra capacidad de conversación desde niños. Ningún otro ser vivo en el mundo, aparte del homo sapiens, posee lenguaje simbólico.
En los últimos treinta años, las ciencias fácticas y experimentales como la biología de la mente, las neurociencias, la psicología cognitiva, la paleoantropología, la ingeniería genética, las matemáticas paraconsistentes, etc., en confluencia interdisciplinaria con el giro lingüístico de la perspectiva pragmática y cognitiva, la filosofía analítica, el interaccionismo sociodiscursivo y la teoría literaria han establecido que somos animales lingüísticos porque narrar, conmover, mentir, calcular, negar, formular hipótesis, elegir y una infinidad de interacciones dialógicas constituye nuestra condición humana esencial. Estamos hechos y toda la historia natural de nuestra especie por estos “juegos lingüísticos”. Así que suponer que usamos el lenguaje para dar información conocida sobre el entorno es un error garrafal que nos retrocede a formas de conciencia inferiores. La función principal de nuestra capacidad lingüística es imaginar un modelo de nuestro mundo futuro y adecuarlo sobre la base del pasado en respuesta a los retos presentes.
Las relaciones sociales desde la década del noventa del siglo pasado han cambiado por la nueva modalidad del trabajo en el sistema del capital global. Esta transformación se orienta hacia nuevos hábitos colectivos, la alternancia entre crisis y estabilidad, rebelión y resignación, para someter la acción política como mecanismo de soporte del régimen económico antihumano, depredador y contaminante, gestor de abismales desigualdades en el mundo. Como consecuencia del manejo de la información y el control de los medios de comunicación, la actualidad no se deja descifrar adecuadamente, porque en las cuestiones de fondo se impone un sentimiento de ocasión y oportunidad que convierte el contingente “ahora mismo” en un “desde y para siempre”. La existencia humana se ha acelerado sin una orientación clara ni precisa, bajo promesas soberbias del dios dinero que nos pretende convertir en aves individualistas que sueñan con volar a las estrellas, en la creencia de que estamos en la mejor etapa de la humanidad.
En realidad, son nuestras interacciones verbales, nuestras conversaciones y chácharas las que nos hacen los seres más cooperativos y solidarios del planeta. El uso imaginativo y comunicativo de la palabra nos ha permitido transformar el entorno y adaptarlo a nuestras necesidades al fundamentar nuestra conciencia hacia el futuro. A través del habla nos enraizamos como especie, compartimos experiencias y enfrentamos problemas o carencias como ningún otro ser vivo en la Tierra. El lenguaje es el ser genérico de los humanos porque convierte nuestra naturaleza social en una comunidad al posibilitar conquistar con nuestro esfuerzo nuevos horizontes desde siglos atrás. En este siglo XXI, la tecnología informáticodigital ha permitido explotar, en lugar de la fuerza de trabajo muscular y repetitiva de los orígenes del capitalismo, la potencia recurrente en todas las capacidades genéricamente humanas: la facultad del lenguaje. Así, con la enajenación del uso de la palabra ha convertido al pueblo como comunidad imaginada en una multitud disgregada en modos de ser abiertos a desarrollos contradictorios: rebelión o servidumbre, esfera pública y privada, tendencia social y particular.
El lenguaje como capacidad a favor del diálogo, la cooperación y la solidaridad, a través de una expropiación, se ha convertido en un instrumento del egoísmo, reducido a lo individual para la confrontación y la disputa, ha impuesto entre la gente una atmósfera de selva y lucha por la sobrevivencia propia del reino animal. Michael Hardt y Toni Negri en Imperio (2002) plantearon la tesis del carácter lingüístico-cognitivo del trabajo contemporáneo, pero ha sido Paolo Virno en Gramática de la multitud (2003), quien perfila la noción clave para el Capital Globalizado del proceso de trabajo como conjunto de actos lingüísticos, secuencia de aserciones, interacción simbólica, ya no como actividad material y mecánica porque la actividad del trabajo humano vivo se sitúa ahora al lado del sistema programador de las máquinas, reducido a tareas de regulación, vigilancia y coordinación. Pero sobre todo porque el proceso productivo tiene como “materia prima” el saber, la información, la cultura, las relaciones sociales. Esta simbiosis entre lenguaje y trabajo la describe así:
“En el pasado, en la época de la manufactura y posteriormente durante el largo apogeo de la fábrica fordista, la actividad era muda. Quien trabajaba estaba callado. La producción constituía una cadena silenciosa en la que se daba tan sólo una relación mecánica y exterior entre antecedente y consiguiente, mientras quedaba excluida toda correlación interactiva entre simultáneos. El trabajo vivo, como apéndice del sistema de las máquinas obedecía a la causalidad natural a fin de utilizar su potencia. (…) [Ahora,] el que trabaja es -debe ser- locuaz.”(2003, 16)
Esta idea fue anticipada por Jeremy Rifkin en El fin del trabajo (1995), en donde afirmó: “En la actualidad, por primera vez, el trabajo humano está siendo paulatina y sistemáticamente eliminado del proceso de producción. En menos de un siglo, el trabajo masivo en los sectores de consumo quedará probablemente muy reducido en casi todas las naciones industrializadas. Una nueva generación de sofisticadas técnicas de las comunicaciones y de la información irrumpen en una amplia variedad de puestos de trabajo. Las máquinas inteligentes están sustituyendo, poco a poco, a los seres humanos en todo tipo de tareas, forzando a millones de trabajadores de producción y de administración a formar parte del mundo de los desempleados, o peor aún, a vivir en la miseria.”
La reciente pandemia y la cuarentena nos ha trasladado intempestivamente a nuevas modalidades del trabajo. No presencial, a distancia, en el hogar, en interacción remota y sin horarios fijos de atención, aunque la productividad del trabajo se ha incrementado gracias a la tecnología y la automatización, las jornadas en lugar de disminuir se han incrementado a 12, 14 o más horas como en la etapa auroral del denominado capitalismo salvaje del siglo XIX. Las fuerzas equilibradoras del crecimiento, la competencia y el progreso técnico no conducen espontáneamente a una reducción y a una armoniosa estabilización de las desigualdades, sino a todo lo contrario. El capitalismo mundializado y enloquecido ha conseguido la desregulación y la competencia generalizada con la sumisión de los Estados a los mercados. La lógica de las ganancias y rentabilidad para obtener inmensos beneficios ha acelerado el consumo y el despilfarro. No se trata solo del exorbitante gasto militar en crecimiento continuo e indetenible, sino de artículos de tocador y medicamentos, innovaciones informáticas de comunicación y domésticas. El ámbito del consumo suntuario, de moda o de entretenimiento constituye la mayor parte y la más rentable de los negocios.
El sistema económico del capital en su afán de acumulación y rentabilidad ha convertido a la sociedad actual en lugar de una inmensa acumulación de mercancías en la presentación, promoción y divulgación de una inmensa acumulación de espectáculos. La cultura del espectáculo impone un consumo personalizado e individual sobre la base de la expropiación del lenguaje humano. Este ha sustituido las función articulatoria y cooperativa e impuesto un uso confrontacional e instrumental de las palabras que encierra a las personas en su dinámica egoísta y consumista. Así, como mecanismo de control político y social, ha dado origen a un totalitarismo de la multitud en palabras de Eric Sadin , quien en La era del individuo tirano (2020) ha precisado la función catártica que cumple desde mediados de los noventa del siglo pasado internet y las redes sociales, cuyo desarrollo a conducido del deslumbramiento de la etapa novedosa del acceso a la etapa manipuladora del exceso. Nos hemos convertidos en datos de algoritmos que controlan los que consumimos, nuestros sueños y deseos.
La dominación blanda y amena que ha impuesto el sistema capitalista globalizado ha conseguido que todas las actividades familiares, de esparcimiento y sociales sean espacios de catarsis al estar mediadas por la conexión inalámbrica, encerradas en un autismo egocéntrico. El ciberespacio de internet es descrito como un espejismo hecho de subordinación entremezclada con una pasión por la expresividad que nos hace sentir que somos amos de nuestro destino. La anuencia y aceptación del actual régimen social y económico busca aprovechar la creencia de que podemos compensar nuestras fallas, nuestra carencia, nuestra infelicidad mostrándola compensatoriamente entre nuestro círculo social como representaciones que opacan la inestabilidad e incertidumbre que nos acompaña. En palabras de Sadin:
“Hoy la experiencia no se basta a sí misma. Debe ser casi sistemáticamente duplicada -en el momento mismo en que se despliega- por su puesta en relato, a falta de lo cual se la juzga demasiado pobre. Entonces por el hecho de hacerla pública, la experiencia parece asumir su valor pleno; es cuando se hace carne la sensación de la propia importancia, así como la impresión de revancha sobre las vicisitudes de la vida. Esta es la pasión -o, más probablemente, la neurosis-universalizada de la época”. (Sadin: 2020, 31)
En las actuales condiciones de desgobierno y crecimiento de las desigualdades, de deterioro del medio ambiente y de aumento de la mediocridad, la corrupción y la violencia, parece indispensable recuperar nuestra condición de animales lingüísticos para retomar el diálogo, la conversación, la solidaridad y la cooperación entre familiares, amigos, vecinos, paisanos, provincianos y capitalinos. Tarea que constituye un deber frente a nuestros hijos y el futuro. Un intelectual tan prestigiado como Noam Chomsky en Cooperación o extinción (2016) ha afirmado: “La desobediencia civil tiene sentido si sirve para que otros ciudadanos se den cuenta de que hay un problema lo suficientemente serio como para que alguna gente asuma riesgos, de manera que, quizá, se pongan a pensar sobre ello y vayan y hagan algo ellos mismos. Si hay una base asentada, la desobediencia civil puede ser una herramienta muy efectiva”. Es decir, los humanistas debemos construir las bases para evitar la hecatombe mundial, porque el capitalismo lleva necesariamente a la extinción. Estamos obligados a ir más allá del capitalismo, a una nueva forma de gobierno para asegurarnos la supervivencia.
Ilustración: https://www.comunicare.es/
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