Política
¿Los infómatas nos controlan?

CONCIENCIA CRÍTICA | Miguel Ángel Huamán | Octubre 10, 2022
La revolución informática digital en curso desde 1990 transforma todas las esferas de la actividad social. Al incorporar la inteligencia artificial como intermediaria en la relación entre la conciencia humana y el entorno sociocultural ha sustituido el orden terrenal por el orden digital. La consecuencia de este aparente insignificante cambio ha sido calificada por el pensador coreano Byung-Chul Han (No-cosas: quiebras del mundo hoy, 2021), como desnaturalizar las cosas al informatizarlas. Es decir, el mundo natural, con cuya interacción el homo sapiens ha evolucionado y alcanzado su más alta ubicación entre las especies del planeta, se torna cada vez más desconocido, “intangible, nublado y espectral”.
A inicios de la década de los ochenta, del siglo pasado, Marshall Berman había diagnosticado esta pérdida de estabilidad y solidez como consecuencia del proyecto de la modernidad (Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, 1982). Sin embargo, al parecer estamos en tránsito hacia una nueva fase más inestable y dependiente de la tecnología digital que convierte la vida en una existencia contingente; es decir, en una incertidumbre permanente frente al mañana porque no se sabe a ciencia cierta qué sucederá al depender de factores desconocidos. De un mundo del manejo de cosas, de espacios físicos y de identidades, en diálogo con otros individuos, hemos pasado al mundo del acceso a la información, cuya consecuencia es que la posesión ya no rige el mundo. En este siglo XXI nos producimos a nosotros mismos en los medios sociales al ritmo de una economía que muta de la acumulación de activos tangibles hacia una nueva economía de la era del acceso.
Antes de la revolución de la nanotecnología y los microchips la vida humana adquiría estabilidad en la interacción social y la manipulación de objetos, que alimentaban nuestra existencia y particular identidad, pues éramos nuestra familia y amigos, así como nuestra casa, la mesa y la cocina, etc. Ahora todo lo que hacemos está recubierto de información e intermediado por aparatos electrónicos, dispositivos cibernéticos y redes inalámbricas. Han describe este terremoto que arrastra nuestra cognición o conciencia así: “la informatización del mundo convierte las cosas en infómatas, es decir, en actores que procesan información” y remplazan nuestras decisiones porque no podemos vivir sin consumir y producir, manejamos información más que cosas o personas de carne y huesos. Desde que abrimos nuestros ojos con la hora o alarma del celular hasta cuando llegamos al final de la jornada hemos reducido al mínimo nuestro contacto intersubjetivo y actuado en función de los dispositivos, internet y programas establecidos virtualmente (redes, horarios, contactos, pedidos, etc.).
En consecuencia, nos hemos convertido en adictos de la información, nos intoxicamos con la comunicación digital en redes sin darnos cuenta. Facebook, Twitter, WhatsApp, Instagram, YouTube, etc. adquieren más valor e importancia que las cosas y los seres humanos. Como si la vida familiar, social y laboral se hubiera disuelto y desvanecido convertida en un simulacro habitado por individuos egoístas y narcisistas. Afectos, diálogos, opiniones y charlas han sido sustituidos por íconos, valoraciones estándar o likes. La amistad se cuenta por números, el éxito por su adecuación a algoritmos que refuerzan conductas consumistas. La cultura completamente esclavizada al servicio de las mercancías y las ventas. Al aceptar que la memoria histórica sirva solo para promocionar turismo y la literatura para aderezar la publicidad, la gran mayoría ha olvidado que la cultura tiene su origen y ámbito en la comunidad, cuya función vital deviene esencial e imposible de sustituir por la experiencia del consumo.
Al respecto, Han sostiene lo siguiente: “La información por sí sola no ilumina el mundo. Incluso puede oscurecerlo. A partir de cierto punto, la información no es informativa, sino deformativa. Hace tiempo que este punto crítico se ha sobrepasado. El rápido aumento de la entropía informativa, es decir, del caos informativo, nos sumerge en una sociedad posfáctica. Se ha nivelado la distinción entre lo verdadero y lo falso. La información circula ahora, sin referencia alguna a la realidad, en un espacio hiperreal. Las fake news son informaciones que pueden ser más efectivas que los hechos. Lo que cuenta es el efecto a corto plazo. La eficacia sustituye a la verdad”.
Dependientes de la droga digital nuestra vida busca febril la información que nos torna dependientes, permisivos y crédulos ante el capitalismo neoliberal de la vigilancia que explota nuestra ilusión de libertad para imponer su dominio. Este consiste en incitarnos y animarnos continuamente a consumir, comunicarnos y compartir nuestras opiniones, preferencias, necesidades y deseos. Al celular amistoso (Smart) le contamos nuestra vida, sin percatarnos del control que significa dicho saber. El usuario sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Manipulado en forma invisible cree optar por el lado correcto frente a un mundo supuestamente polarizado entre “buenos” y “malos”. El egocentrismo se palia y sostiene en la creencia de que estamos en la mejor era y al lado de sus defensores.
Los móviles inalámbricos de alta gama como el smarphone o el iphone son los principales infómatas de nuestra era que controlan nuestra existencia de modo sutil y silencioso. No solo hacen superfluas muchas cosas, sino que escamotean las cosas del mundo al reducirlas a la información. Hasta lo cósico del celular se retira a un segundo plano en favor de la información. No lo percibimos como lo que específicamente es: el vampiro de la casa. En su apariencia apenas los diferenciamos unos de otros, pero tal es nuestra dependencia que cambiamos permanente de nuevos aparatos o equipos por temor a quedarnos ciegos o aislados. La actual cultura del espectáculo y la evasión alimenta nuestro afán autoritario y ególatra que nos refuerza la visión polarizada de la vida social, hasta olvidar y desaparecer la tendencia cooperativa y solidaria que ha forjado evolutivamente nuestra superioridad como especie en el planeta. Al respecto, Éric Sadin en La era del individuo tirano. El fin de un mundo común (2020) entiende que se ha “producido una ruptura casi definitiva de la confianza respecto de la palabra política, así como una desunión, todavía bastante imperceptible, entre individuos y cuerpo social. Se iniciaría una larga secuencia —que llega hasta el día de hoy— que nos muestra un agravamiento continuo y constantemente acelerado de esa misma ecuación”.
Con otras palabras, vamos hacia el capitalismo de uno mismo que, alimentado por el egocentrismo, promociona la toma de decisiones egoístas, superficiales y manipuladas. El control de los medios de comunicación alimenta el efecto de sentirse provisto de un plus de control sobre las cosas de modo irracional, cuya consecuencia resucitar autoritarismos, avala la corrupción institucionalizada y respaldas promesas irrealizables bajo una razón cínica y oportunista. Los resultados de las últimas elecciones en el Perú (y también en Europa) han ratificado esta lectura. ¿Nos estamos transformando en tiranos egoístas manejados por infómatas que nos controlan a su antojo? Continuaremos proponiendo criterios para responder a esta interrogante.
Ilustración: www.eldiurno.com
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