Política
Perfil del peor polÃtico

MÃnimas necesarias, por Alex Neira | Alex Neira | Febrero 09, 2012
No es una novedad saber que cada vez son menos los conciudadanos que se interesan en polÃtica, de hecho en gran medida por la precaria educación cÃvica que recibieron en el colegio, además de la educación indirecta que han ido adquiriendo de los mayores, los amigos, los compañeros de clase y del trabajo. Claro que si se les pregunta dirán que es por la clase de polÃticos con los cuales se cuenta, como si ellos fueran gente sacada de otro paÃs, como si no fueran elegidos por la población misma, como si no se les votara en relación a que tan fantásticas promesas ofrecen.
Un demagogo no es otra cosa más que eso: sobresaliente motivador de paraÃsos imposibles, heraldo de mejor vida a costa de nada, exegeta incansable de tragicomedias revestidas de conmovedores discursos, dÃnamo de obras populares que en sà no generan cambios en la comunidad sino alivios de pacotilla; un grandÃsimo farsante especialista en conceder alabanzas sin fundamento, que en lugar de describir los problemas que afectan a la sociedad con claridad recurre a historias fabulosas que acaban en cifras estadÃsticas y exclamaciones sensibleras, que antes de luchar por sacar adelante al paÃs alimenta su ego y papel social. Asà llegó a la polÃtica peruana el señor Alan GarcÃa Pérez, sin duda la mayor vergüenza de nuestra historia polÃtica.
¿Y por qué se afirma que el ciudadano en cuestión viene a ser la grandÃsima vergüenza entre las tantas que circundan y han circundado el ambiente polÃtico de nuestra República? Por su educación, por esa especial y esmerada educación que tuvo, lo cual de fijo lo destaca entre los diversos polÃticos que han transitado por la pasarela de la vida pública, esos autodenominados luchadores en pro del beneficio del bien común. No es un secreto que el ciudadano GarcÃa Pérez fue criado para destacar como polÃtico, que su acercamiento a los entretelones de ese ámbito los conoció desde pequeño, que inclusive recibió charlas del escritor LuÃs Alberto Sánchez y el ilustre intelectual y lÃder VÃctor Raúl Haya de la Torre; ahora bien, ¿qué los diferencia a éstos del señor GarcÃa?
«Cuando oigo que un hombre tiene el hábito de la lectura, estoy predispuesto a pensar bien de él», aseguró el polÃtico y periodista argentino Nicolás de Avellaneda, y asà como él pensarÃa cualquiera, cuando menos quien haya absorbido las fuentes perennes del conocimiento ya sin obligaciones externas sino por pura avidez. Qué va, alguien que se aprende de memoria poemas exquisitos como humanos, que pasa infinitas horas sentado con un libro entre las manos con la concentración de un niño, saboreando ya no tratados con fines utilitarios e instrumentales sino empapado en las Bellas Letras, alguien con tal entrega como afirma Nicolás de Avellaneda, por lo común se ubica a años luz de la demagogia, de los sofismas, del afán de lucro o preponderancia social, el mismo saber le hace percibir que lo importante no es aumentar la hacienda y los titulares y sà el disminuir la codicia y el móvil de resaltar.
Con relación al ciudadano GarcÃa lo esperado no se distingue por ninguno de sus lados. Los poemas memorizados y ese aparente gran bagaje cultural que lo caracteriza no han servido para nada bueno, salvo sea para jugar al gato y ratón, para confundir, para sobajar, para distraer, siempre tomando partido en acorde a que tan beneficioso o menos perjudicial le resultara, si bien para él y sólo él, no para el pueblo que, ciertamente, tanto lo ha absuelto por sus elefantiásicas, por sus faraónicos disparates y soberbias que alguna vez inclusive condujeron al paÃs a una indigencia y aislamiento extremo.
Es más, al margen de que en su último gobierno se extendió la corrupción como el agua por cualquier superficie, fortaleciéndose gélidamente, como el pasar de su estado lÃquido a sólido. Cuánto ha servido su vasto conocimiento, sus reticencias y eufemismos, para burlarse de periodistas improvisados y medianamente instruidos, para descollar entre colegas retrasados, politiqueros estos que tanto abundan, fuera de la gran mayorÃa de la población que, hoy como ayer, tan poco preparada, no ha sabido diferenciar a un fanfarrón con relámpagos de brabucón de un polÃtico Ãntegro y efectivo.
Hace unos dÃas ha causado revuelo una vez más el ciudadano GarcÃa Pérez, y cómo no: por sus comentarios a un periodista chileno sobre el indulto al criminal Fujimori. Sin que los propios fujimoristas o familiares hayan solicitado su indulto, sin haber pruebas sino más bien contrapruebas de que se encuentra lejos de un estado terminal, él desde ya, ha manifestado que aconsejó hace unos meses, poco antes de partir de palacio, al ahora mandatario para que unieran fuerzas y asà juntos decirle al paÃs: «Basta ya de tanto ensañamiento». «Creo que 10 años de flagelamiento judicial, policial, de la opinión pública son suficientes para un hombre de 70 y tantos años... ». Asà GarcÃa Pérez ahora piensa, de esta manera demuestra lo «justo» que es, lo consecuente, lo lúcido y hasta bondadoso. Porque es un buen compañero, y nadie lo puede negar.
Por eso hoy más que nunca es preciso recordar —y hacer recordar— que las personas no se valoran por lo que tienen, o por cómo se les señala en la sociedad, si son abogados, ingenieros, médicos o mandatarios, sino ante todo y más que nada por lo que son, por cómo han alcanzado lo que ostentan, pues de palabras grandilocuentes tanto como ayer pueden hacer caer en un abismo. Tanto a nivel personal como sociedad. Quienes ofrecen soluciones sin sacrificios no son hábiles personajes sino embaucadores camuflados. Nada trascendental se alcanza sin esfuerzo, sea para uno mismo o para una comunidad. «Mirar lo que se tiene delante de los ojos requiere un constante esfuerzo», decÃa George Orwell, y todo indica tenÃa razón. Buenos profesionales no valen de por sÃ; buenas personas, buenos ciudadanos, son los imprescindibles.
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