CULTURA
«Los dos papas» y «Cónclave»: El Vaticano en el cine

SERENDIPIA | Varykino Aarón | Mayo 22, 2025
En Locheros nos subimos al papamóvil (o sea, «nos subimos al carro») por el furor que ha causado León XIV. Pero nos subimos en la tolva no más porque nuestras creencias no dan para andar compartiendo asiento. Sin embargo, nos dio suficiente impulso para vernos dos películas bastante recomendables para adentrarnos en los entresijos del Vaticano y lo que acarrea la elección del nuevo vicario de Cristo.
«Los dos papas» (Meirelles, 2019), si bien es cierto ya tiene algún tiempo en circulación, no fue sino hasta que vi un resumen de Farid Dieck que me entró el bichito de darle una oportunidad a esta película, y créanme que es un deleite atravesar la historia tanto de Benedicto XVI (Joseph Alois Ratzinger) como de Francisco (Jorge Mario Bergoglio).
La historia nos pone en la encrucijada que significó elegir al sucesor del papa más mediático de la historia: Juan Pablo II. El buenito, el carismático, el papa de todos. Y que, si nos ponemos a analizar mejor su papado, podríamos resumir en que fue un excelente relacionista público, pero un mal gestor de los asuntos internos. Por ello, sus falencias recaerían como una loza sobre su sucesor, fuese este tan atrayente como él o con el carisma de un ladrillo, que fue lo que proyectó Benedicto XVI. Una lástima, porque el mayor teólogo y defensor de la doctrina católica no podía llenar los zapatos de aquel extrovertido pontífice aclamado por las masas. A Benedicto le tocó limpiar la casa y arreglar el desorden que dejó «la fiesta» (jubileo, para ser más sarcástico) que significó el pontificado del buen Juan Pablo.
Por otro lado, vemos a una especie de antagonista: Bergoglio, que era la completa oposición de Ratzinger y una extensión de lo que significó la imagen de Juan Pablo II. Pero que no se quedaba solo en eso, en ser una especie de capítulo dos de Juan Pablo, sino que iba más allá: iba a reformar la Iglesia a partir de los destrozos con los que le tocó lidiar a Benedicto. La dinámica entre ambos pontífices es entrañable, pues se establecen muy bien los límites en los que se movían ambas figuras, de acuerdo con sus creencias, entornos y formación clerical. La película plantea una especie de díptico entre ambos: un blanco y negro muy marcado que termina por fundirse en un gris que, lejos de presentarse desdibujado, emerge como un triunfo de la unión de ambas visiones pontificias sobre la Iglesia.
La película me encantó. Los diálogos son geniales, dejan mucho para reflexionar, y la manera en la que la cinta nos va empujando a entender que la Iglesia es solo una institución más, con una organización que responde a intereses terrenales, le da mucha más fuerza a la propuesta de este film reflexivo. De los actores no hay nada que decir: llega un punto en el que la realidad se desdibuja y terminamos creyendo que tanto sir Anthony Hopkins como Jonathan Pryce son realmente los personajes que encarnan. 10/10.
Por otro lado, «Cónclave» (Berger, 2024) es una especie de documental (déjenme presentarlo así) en el que se aprecia todo el trámite por el que debe pasar el consejo de cardenales para poder elegir al nuevo ocupante del trono de san Pedro. Un film que desde el minuto uno ya te atrapa con lo maravilloso que es ser convocado a una de las reuniones secretas más importantes del mundo cristiano.
Cosa curiosa es que la Iglesia siempre prohibió las reuniones secretas y persiguió tanto a templarios, jesuitas, conspiradores como a francmasones por ello, mientras mantiene su cónclave (reunión secreta) como un pilar de su organización. Como diría el refrán: «Casa de herrero, cuchara de palo».
En fin, la representación de este acontecimiento que culmina con la elección del nuevo pontífice es extraordinaria. En serio que lo es. Entretenida de principio a fin, es todo un deleite pasear los ojos por imágenes tan icónicas como la Capilla Sixtina, el Domo, la plaza de San Pedro, entre otros lugares emblemáticos para los legos, pero que son moneda corriente para la curia y su organización.
La trama es tan intrigante que no te vas a despegar del asiento para saber qué es lo que viene después. Realmente te atrapa, y no estoy exagerando. Tiene tantos giros de trama que, cuando llega el desenlace, te quedas con la expresión típica de un: «¿WTF?», que no hace más que coronar el esfuerzo del realizador por empujarnos a ese estado. Lo que sí me parece injusto es que no le dieran el Óscar a Ralph Fiennes como mejor actor. Es una injusticia tan grande como una catedral. 10/10.
Foto: Gregorio Borgia (AP)
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