Política
Las mayorÃas democráticas

Columna Pública | Robert Jara | Marzo 03, 2014
El que la mayorÃa respalde una opción no implica que esta opción sea la más favorable, la más idónea. Tampoco implica que la mayorÃa goce de superioridad racional. El respaldo mayoritario es el factor numérico que echa andar el mundo cuando este se atasca ante algún dilema; es el factor numérico que discrimina a favor de una de las opciones existentes, simplemente. La lógica es sencilla: es necesario elegir entre A, B, C, etc., para que el mundo se eche a rodar, se desatasque; ahà es cuando aparecen las mayorÃas democráticas, ahà es cuando su existencia adquiere razón de ser.
La toma de decisión colectiva, democrática, es un eufemismo que solapa y justifica la exclusión de las minorÃas comunes; y prioriza, entrona, la voluntad de las mayorÃas. Es asà como estas últimas dimanan monopolizando el devenir histórico y el “derecho a acertar o errarâ€. Pero, claro está, las mayorÃas no monopolizan la razón, ni los aciertos, ni la lucidez; como tampoco las minorÃas comunes monopolizan la sin razón, los errores, la miopÃa. Las mayorÃas legitiman una opción mas no le otorgan calidad.
Si bien las mayorÃas desatascan el devenir histórico eligiendo la ruta a seguir, ahà mismo acaban sus facultades, su rol preponderante. Las mayorÃas entonces pierden sentido, son excluidas categóricamente de la planeación y ejecución de la ruta que ellas irónicamente eligieron. La construcción de la ruta elegida por las mayorÃas pasa a ser responsabilidad absoluta y exclusiva de las minorÃas de élite. ¿Es democracia, acaso, decidir por una ruta que otros han de concretar? En este sentido las minorÃas comunes solo han de envidiarles a las mayorÃas el no ser un número más grande; detalle que por cierto las condena a una postergación sistemática y constante. ¿Por qué no son las minorÃas comunes las que desatasquen el devenir histórico? ¿Acaso las minorÃas comunes no tienen derecho a errar y/o acertar? Un simple número no deberÃa negarle este derecho natural, pero sà lo hace.
¿Realmente las mayorÃas democráticas deciden el devenir histórico? SÃ, pero solo en apariencia: lo que se ve en el escenario no es más que un montaje formal. Tras bastidores son las minorÃas de élite las que tienen y ejercen el poder real, las que deciden todo valiéndose de la parafernalia publicitaria y de las bondades de la psicologÃa de masas. Las mayorÃas democráticas debido a su gran fe y esperanza depositada en el otro y a su alto Ãndice de necesidades básicas insatisfechas resultan ser colectivos altamente domesticables; caracterÃstica que muy bien aprovechan las minorÃas de élite. En este contexto, las mayorÃas democráticas resultan ser solo conciencias extendidas o proyectadas de la conciencia de las minorÃas de élite, unos fantoches, unos ecos. Su poder de decisión es un infeliz espejismo, una ilusión, una cruel y simple acción inducida.
Las minorÃas de élite desatascan el devenir histórico valiéndose de su médium: las mayorÃas democráticas. Se valen para esto de su ponderada, funcional e infalible estrategia de (in/se/re/con)ducción (manipulación o convencimiento) llamada marketing; invierten sin reparo ingentes cantidades de dinero en propaganda engañosa, en comprar y/o torcer conciencias, en pagar favores, en vender promesas que a priori saben que jamás dejarán de ser promesas, en jugar y traficar con la esperanza, aunque siempre verde, magullada; en realizar repartijas de dádivas (especialmente de vÃveres de primera necesidad) que temporalmente apaleen las necesidades básicas eternamente insatisfechas. Mientras tanto, las mayorÃas democráticas padecen la ilusión de decidir (y ejecutar, de vez en cuando) su futuro; claro, con la posibilidad casi nula de poder descubrirlo, salvo raras excepciones; mientras las minorÃas comunes se reducen a simples gritos y aleteos de indignación y de impotencia que exigen el derecho históricamente negado a errar y/o acertar.
AsÃ, creo, quedan burdamente repartidos los roles sociales en un tÃpico proceso electoral (dizque) democrático.
Robert Jara Vélez (Guadalupe, 1969). Se gradúa como FÃsico Matemático (Universidad Nacional de Trujillo) en 1996. Viaja a Puerto Rico (1998), donde realiza una maestrÃa en Ciencias FÃsicas, y concluye estudios doctorales en FÃsica QuÃmica. Ha publicado las plaquetas Cantata al Silencio (1996), Tributo (2008), Los Abuelos de mis Abuelos (2010), Cuatro más (2012), Simplemente Angelats (2012); el poemario Nostalgia de Barro (Ornitorrinco Editores, 2011); y el libro colectivo de cuentos A orillas del arrozal (Papel de Viento Editores, 2013). Actualmente reside en Trujillo, donde ejerce la docencia universitaria. Foto: FadoCracia.
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