Política

Chiclayo: reacción ante el desastre

A vista de pájaro   |   Cromwell Castillo   |   Marzo 24, 2014


De Ciudad Heroica, solo le queda a Chiclayo la defensa de una célebre investidura para reivindicar una dignidad histórica. Y no es que el heroísmo tenga solo de valor, su acción misma afronta tragedias pero también resistencia y emprendimientos. Por eso Chiclayo es una de las ciudades del Perú que no fue fundada por españoles. A Santa María de los Valles de Chiclayo (denominación con la que fue constituida inicialmente), le otorgaron primero la categoría de “villa” y luego de “ciudad”, para más tarde pasar a ser una de las tres provincias de Lambayeque: la ciudad capital. 

Ese pequeño pueblo que avizoraba con vehemencia ser la gran ciudad del departamento, logró una hazaña casi quimérica gracias a sus mismos pobladores, quienes apoyados de una virtud común completaron el esfuerzo loable de lambayecanos como José Leonardo Ortiz, Juan Manuel Iturregui o Pascual Saco Oliveros.

Hoy a ese Chiclayo se le sufre con nostalgia; su dolor evidente solo es comparable al silencio o a la indiferencia, pues colapsó hace mucho y el tiempo agudiza su infortunio entre escombros y arbitrariedades. El diagnóstico es una gestión municipal que copia las etapas de cualquier infección viral nefasta: anula las defensas, reproduce su mal hasta convertirlo en epidemia, deja lamentables secuelas o finalmente mata. Uno de los virus que nos concierne combatir a los lambayecanos se llama Roberto Torres Gonzáles, el alcalde.

A los lambayecanos nos vincula nuestras grandes riquezas ancestrales, tenemos tradiciones arraigadas y un carácter firme -como aquel algarrobo silvestre y frondoso que ostenta su existencia admirable en terreno árido-; y por qué no decirlo, gozamos de un temple que ha sido descrito con fervor en muchas cuartillas memorables de nuestra producción literaria local. 

La cultura tiene rasgos complejos y una entrañable magia que nos vuelve afines. Esa es la razón por la cual nos organizamos, integramos, aprendemos y compartimos. Todos nuestros acontecimientos históricos tuvieron una perseverancia singular, por eso los celebramos conteniendo en el pecho un golpe de solemnidad y honor. La interacción humana genera mensajes de sobrevivencia, influencia ideales/reivindicaciones, materializa conductas. Es por eso también que las convulsiones sociales nos identifican cuando existe una sensibilidad compartida.

Las desgracias de nuestros pueblos nos conciernen a todos. Chiclayo viene siendo devastado por un alcalde que tiene a la ilegalidad como carta de presentación; sobre él pesan denuncias graves por peculado, asociación ilícita, falsedad ideológica, difamación, alteración o extracción de bienes culturales, cohecho pasivo propio, patrocinio ilegal y una larga lista de atentados contra la estabilidad de esta ciudad. Pese a ello, el Poder Judicial calla en el único idioma que conoce: la complicidad contra la ley.

El departamento de Lambayeque se ha convertido en un hervidero de zánganos. Bien conocido es que la corrupción orquesta planes desde el meollo de su naturaleza: la crisis estructural que vivimos y los intereses particulares. A Chiclayo se le suma tristemente Ferreñafe, Pucalá, Reque, Pítipo, Motupe, Pueblo Nuevo, Lambayeque, Olmos y José Leonardo Ortiz. Los sufrimos también, qué duda cabe. Entonces, ¿qué esperamos? ¿Cuántas infamias más hacen falta para hacer vibrar una indignación general? ¿Podemos proceder ya a matar el silencio? Digo, ¿podríamos negociar ya una reconciliación con el amor propio?

No, esto no es poesía (pero también lo es, créeme). La magnitud de la poesía debe rebelarse a su autosecuestro en los libros. No hay muros de tinta para este desconsuelo como desesperanza para seguir callando más.

Es imposible mirar al futuro sin revolver la historia. El pasado no fue ni será nunca un tiro de gracia. Es acaso una vitalidad, un registro valioso de construcciones, un arma contra la indiferencia y la ignorancia. Pero “hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia.”

Nuestra única revolución ahora es darle rumbo a la obligación moral. Si la historia nos condena a una memoria colectiva, la acción deberá responderle partiendo de una afirmación individual. 

Ni el clientelismo político ni el militarismo partidario. Esta lucha es justificada por la razón. Solo por la razón.

 

Foto: Olga Elizabeth Escurra.

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