Política

Chiclayo 2014

La columna del director   |   Gerardo Carrillo   |   Abril 28, 2014

 

Con inevitable dolor escribí, en los últimos años, Chiclayo 2012 y Chiclayo 2013 y ahora con más dolor termino de escribir Chiclayo 2014. Los fines de estos artículos eran convertirse en un registro del caos, la corrupción y la inmundicia que sufre la ciudad, a la vez de ser una reflexión, un grito, un llamado, una alerta, un mensaje de SOS ante la decadencia que se avecinaba en manos del alcalde Beto Torres y su banda, la misma que en la actualidad se ha desbordado hasta convertirnos en noticia y vergüenza nacional con los reportajes de los programas Cuarto Poder y Punto Final.  Esa vergüenza que indudablemente no siente ni sentirá la pareja presidencial Ollanta-Nadine sobre una de las principales ciudad del país, tan promocionada por su famosa comida Marca Perú.

¿Pero son nuestras autoridades las responsables de que Chiclayo lleve varios años en una lamentable condición? ¿O acaso serán los ciudadanos que los eligen? ¿O quizás algo más profundo? En una entrevista televisiva, el arqueólogo Julio César Fernández Alvarado, magister en Historia de América Latina e investigador de las culturas y comunidades lambayecanas, sostuvo en resumen que Chiclayo podría ser considerada como “tierra de nadie” –entre otros motivos– porque históricamente muchos chiclayanos han emigrado a Lima o al extranjero y a Chiclayo han llegado personas de Cajamarca, Jaén y de otras ciudades –sobre todo del nororiente peruano– que están más vinculados con su tierra natal (aunque obviamente también existen los que sí sufren por su tierra de adopción y se comprometen activamente con su realidad).

Esta falta de identificación no justifica las muestras de racismo –que comúnmente se leen en las redes sociales– hacia el alcalde o cualquier persona que haya nacido en la sierra o en la selva de nuestro país. Corruptos, delincuentes, mafiosos los hay en todos lados, en todos los colores, en todas las ideologías e incluso religiones. Y no hay que olvidar que en el Perú “el que no tiene de Inga tiene de Mandinga”.

Otro factor de tener autoridades incapaces y corruptas es por la posibilidad que tienen los candidatos de comprar votos con kilos de arroz o de azúcar o con actividades de “de ayuda social” en las zonas más desfavorecidas o sin los servicios adecuados para vivir (son mayoría y los que deciden la elección). Algo que por ejemplo ha practicado muy bien Beto Torres en los últimos meses – y en otras campañas–  al repartir víveres en nombre de la Beneficencia Pública. Y desde hace años ese también ha sido el modo de operar del arquitecto  Alberto Ortiz Prieto, ese mismo que se ha marketeado con los fondos de la Universidad de Chiclayo con sendas Uninavidad, Unimamá, fiestas y diversas actividades. Este par son de lejos las dos peores opciones para el sillón municipal, en una lista de candidatos en la que el ingeniero Lucio Asalde, en el fondo con menos del 1 o 2%, se vislumbra como el más decente y quien comienza a tener una mayor cobertura mediática.

A medio año de las elecciones, el panorama sigue siendo desalentador pues no existe una candidatura que “llene el ojo”. ¿Quién puede ser un excelente alcalde?, es una pregunta que se formulan periodistas, miembros de colectivos civiles, nuestros lectores, el ciudadano a pie. Una pregunta que flota desde hace años y que se acentúa conforme los chiclayanos se acercan a la guillotina electoral de octubre.

 


Foto: Calle Alfredo Lapoint, abril de 2014. Fuente: Chiclayano Despierta.

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