Política

Función de la literatura y el arte hoy

CONCIENCIA CRÍTICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Julio 20, 2022

En las últimas décadas, el término “acontecimiento” ha adquirido cierta notoriedad entre algunos filósofos (Badiou, Zizek, Deleuze, etc.). Sin embargo, en estos autores, su significado es sinónimo de evento, acto singular e instantáneo, constitutivo del ser, el actuar, la moralidad o el conocimiento. En general, el vocablo se refiere a un objeto que no se comporta como tal, sino como un proceso o movimiento no histórico de un devenir atemporal. ¿Qué características tiene el acontecimiento para el pensamiento racional de los filósofos? Sería un evento o una situación que, por contar con algunas características extraordinarias, adquiere relevancia y logra llamar la atención. En la sociedad moderna, los acontecimientos más importantes son recogidos e informados a través de los medios de comunicación. Su empleo para referir a la literatura confunde el uso informativo e instrumental del lenguaje con el uso del lenguaje con intención literaria o artística, cuyo efecto como acontecimiento simbólico y estético no radica en la transmisión de datos o hechos ocurridos y conocidos.

En el terreno de la creación artística y literaria, la idea de acontecimiento ya estaba en la noción denominada como “situación”, que proviene de la década del cincuenta del siglo pasado, cuando Guy Debord funda en 1957 la Internacional Situacionista, disuelta en 1972. Este escritor, como director de la revista del mismo nombre, promovió análisis teóricos y críticos muy lúcidos y radicales de la sociedad contemporánea. El movimiento situacionista se manifestó a la vez como vanguardia artística, investigación experimental de la libre construcción de la vida cotidiana y finalmente como contribución a la articulación teórica y práctica de una nueva respuesta contestataria en búsqueda del cambio social o de una revolución cultural. Los situacionistas participaron activa e imaginativamente en el mayo francés. En 1988, en un momento histórico posterior, Debord publicó sus "Comentarios sobre la sociedad del espectáculo”, cuyas reflexiones complementan sus aportes. El espectáculo cumple en la sociedad de masas una función equivalente a la que cumplía la religión en las sociedades tradicionales o el arte en el inicio del capitalismo. Su lógica consiste en representar como real la experiencia vivida, para considerarla reflejo de nuestras propias necesidades; así convierte al individuo en espectador pasivo de la política y la producción material se reduce al consumo, a la dócil aceptación del estado de cosas existente.

Hay que recuperar de la vanguardia situacionista su noción de situación, cuya definición nos acerca al concepto actual de acontecimiento: “una situación es un momento de la vida capaz de traducirse en experiencia, en conocimiento irreductible que puede equipararse a la vivencia del creador en el momento de producir su obra, o a la contemplación ensimismada y despreocupada de ésta”. Entendemos la noción de situación como el “tiempo estético” fugaz, pero eterno, que los artistas plasman en sus obras, portadoras de un saber profano sobre la vida cotidiana. Una situación puede ser espontánea o construida, es decir, producto de una secuencia azarosa de acontecimientos capaz de generar sentido en quien los vive, o resultado de un diseño consciente que apunta a resultados específicos. A los surrealistas les gustaba, por ejemplo, “descifrar situaciones espontáneas”; los situacionistas, que eran sus discípulos arrogantes y rebeldes, preferían “diseñar situaciones y explorar sus efectos”. Una revuelta artística es una situación, medie o no la acción de una vanguardia. Una exaltación amorosa es una situación, provocada o no por la seducción consciente. Una vivencia poética constituye una epifanía o situación reveladora. Los situacionistas confiaban en producir efectos tales aplicando técnicas conscientes, como las enumeradas antes.

La sociedad del espectáculo (1974) de Debord, como texto fundador, establece nexos con la actual cultura. Etapa calificada como capitalismo artístico, semiocapitalismo, infocapitalismo o sociedad del conocimiento, cuyo fundamento consiste en el desarrollo de una nueva forma de economía, no centrada en el consumo material, sino más bien en el consumo cultural. Por lo tanto, el arte, la práctica artística y literaria adquieren una condición particularmente ambivalente. Más que un resultado o producto, el arte y la literatura son un acontecimiento en la medida que pueden generar una ruptura crítica con el entorno y con la conciencia enajenante; pero, al mismo tiempo, como entretenimiento, como evasión, sirven precisamente para fundamentar, ocultar, subliminar las contradicciones, los problemas y la situación de dominación, de enajenación que rige la existencia en el sistema actual. 

En tal sentido, estamos ante una lectura diferente de nuestra época, que puede llevarnos al diálogo con otros textos, como “Trabajo alienado”, “El fetichismo de la mercancía” de Marx y otros más, para descifrar el secreto de la creación literaria y artística contemporánea. Para la tradición occidental en torno al arte y la literatura su estatuto ontológico (su ser) resulta una problemática irreconciliable entre dos opciones: se les afinca al polo racional, subordinada la creatividad a la razón, o se les refugia en la experiencia, como una fase imprecisa de percepción subjetiva. La consecuencia de ambas posturas consiste en entender el discurso artístico y literario como producto, resultado o evento ubicado en la pseudo concreción de lo superficial, la apariencia y lo irreal. Es una postura que supone que existe una verdad, una realidad, una razón, una objetividad, una vivencia y una fenomenología plena.

Después del giro lingüístico, la filosofía analítica y el interaccionismo sociodiscursivo, las interpretaciones filosóficas del fenómeno artístico y literario han quedado desfasadas por constituir simples cambios de denominación con idéntica función sancionadora y reduccionista. No sorprende que ahora hablen del acontecimiento literario o artístico o que califiquen determinado autor como poeta del acontecimiento, o determinada obra como el acontecimiento narrativo, etc. Sin embargo, siguen sin transitar hacia una perspectiva gnoseológica o cognoscitiva como una vía para la plena comprensión y explicación de la productividad estético-literaria. La obra artística y literaria no posee una cualidad inherente o intrínseca en su ser que le otorga su condición estética, sino que esta se produce por la copresencia y participación del sujeto o lector que activa su dispositivo verbal. Esta singularidad como operación, propuesta y formalización de una vivencia es lo que la teoría literaria actual define como acontecimiento.

En tal sentido, recupera la mediación del lenguaje en todo conocimiento y otorga al uso del lenguaje con intencionalidad no descriptiva, no racional y no referencial, sino imaginaria y simbólica, una condición singular que permite el acceder a lo universal desde lo particular. Es decir, el discurso artístico y literario no es un objeto ni un proceso ni un producto porque no se reduce al contenido ni a la forma; la crítica literaria no consiste en una descripción constatativa de los procedimiento temáticos y formales, sino pretende la reconstrucción explicativa de las condiciones de manifestación del discurso en acto y de los efectos desencadenados por el uso con intención estética del lenguaje.

Desde la perspectiva de los estudios literarios del siglo XXI, la labor de la investigación y el estudio de la literatura y el arte no radica en informar sobre aspectos descriptivos o anecdóticos de los recursos formales o de los argumentos de las historias presentadas, sino en recuperar su capacidad disidente y subversiva forjadora de una conciencia crítica en diálogo con la colectividad y la cultura. Sin duda, como ha afirmado Jeremy Rifkin, en La tercera revolución industrial (2011), el capitalismo ha ingresado a una fase nueva de la globalización a través de la automatización de los procesos, nuevos medios de comunicación, el cambio a energías renovables, la digitalización del trabajo y la incorporación de la inteligencia artificial. 

En ese sentido, la revolución informáticodigital en curso desde hace tres décadas ha incidido en todas las esferas de la vida social al intensificar la productividad y el consumo. El mercado se ha expandido a todos los ámbitos geográficos y sociales. Se ha dado prioridad a los bienes intangibles y culturales cuya adquisición, a diferencia de los artefactos y bienes de uso, no tiene un límite natural propio de las necesidades materiales, con lo que han ampliado de modo ilimitado el campo de los negocios y las ganancias. Por supuesto que esta revolución del capitalismo posfordista ha modificado la actividad artística y literaria en todas sus instancias y componentes. Por ello, asistimos a una etapa en la que, contrariamente al periodo previo marcado por las restricciones y la escasez de recursos culturales, atravesamos una abundancia de ofertas, productos y actividades que podrían dar la errada impresión de que estamos en un desarrollo y una bonanza en el campo artístico y literario. Si fuera efectivamente cierto, este aspecto estaría en absoluta contradicción con la crisis sistémica y estructural que constatamos en el plano de la vida social.

Por lo tanto, el arte, la práctica artística y literaria adquieren una condición particular ambivalente. Son un acontecimiento en la medida que pueden generar una ruptura crítica con el entorno y con la conciencia enajenante, pero al mismo tiempo, como entretenimiento, como evasión, sirven precisamente para fundamentar, ocultar, subliminar las contradicciones, los problemas y la situación lamentablemente de dominación, de enajenación que rige la existencia en el sistema actual. En tal sentido, estamos ante un discurso en acción con vocación fundacional, que pretende recuperar el diálogo con otros textos y prácticas. Busca, a través de la práctica crítica, descifrar el secreto de la creación literaria y artística contemporánea, fundamentar el espíritu del cambio que organice la revuelta pacífica, que recupere un horizonte de vida sin discriminación, explotación y desigualdad para recuperar la solidaridad y la cooperación inherente a la existencia humana auténtica.

En la sociedad del capitalismo globalizado y la cultura del espectáculo, se ha enajenado el lenguaje de su uso cooperativo y solidario propio de la comunidad humana al imponerle la confrontación y la disputa como su función principal. Esta suplantación genera que los individuos se alejen de sus compromisos de pertenencia, de los hábitos verbales compartidos, de los juegos lingüísticos validados por todos para una convivencia estable y dialógica. Ante esta pérdida del habla colectiva para la construcción y validación de la vida social, la angustia hace su aparición, alimentada por el discurso fundamentalista religioso e ideológico promotor de un sentimiento de inseguridad, desconcierto y desconfianza. El capitalismo global difusor del culto al dios dinero ha extendido por los mercados y medios una falsa euforia de vivir la mejor era de la humanidad, que sigue a la época clásica y supera la etapa fordista del siglo XX. Sin embargo, como afirma Franco Berardi (2003), “si tenemos el valor de ir a ver la realidad de la vida cotidiana, si logramos escuchar las voces de las personas reales con quienes nos encontramos todos los días, nos daremos cuenta con facilidad de que el semiocapitalismo, el sistema económico que funda su dinámica en la producción de signos, es una fábrica de infelicidad”.

El crecimiento angustiante del miedo al mañana, la incertidumbre cotidiana generalizada, no se solucionan con información científica o propuestas lógicas porque no son racionales, sino inconscientes, imaginarios en tanto fantasías propias de periodos de crisis y cambios. La alternativa frente a esta radica en el propio lenguaje; más precisamente, en el uso literario y artístico del lenguaje. Solo este es capaz de activar la afectividad y la cooperación solidaria esencial para la construcción del mundo social y cultural alternativo.  Paolo Virno, en Gramática de la multitud (2004), llama perturbación ominosa al mecanismo que posibilita separar el miedo (concreto, individual, espontáneo, preciso) de la angustia (abstracta, social, provocada, imprecisa) como condición indispensable para devolver a la conciencia una visión de la colectividad que restablezca el equilibrio entre el mundo interior privado y el mundo exterior público. ¿Cuál es esa perturbación ominosa y cómo interactúa? La generada por la literatura y el arte como acontecimiento en su función articuladora y performativa en la dinámica social.

La cultura del espectáculo posibilita, a través del control de los medios de comunicación social, inducir un sentimiento de temor e inestabilidad en el público como estímulo para obtener como respuesta condicionada el reparo protector de un soberano autoritario. Así se consigue convertir una ideología totalitaria e irracional, encarnada en un Estado, en la salvación que justifica todo atropello y atrocidad frente a los grupos y personas que, como adversarios, representan todos los males y son supuestamente responsables de la crisis angustiante. Sin embargo, la experiencia histórica de la resistencia cultural de la multitud de los sectores populares altera la respuesta condicionada entre temor-reparo (miedo-autoritarismo). Acostumbradas a procurarse diversidad de estrategias o reparos para protegerse, las organizaciones comunitarias inmersas en dichas prácticas de sobrevivencia ponen en la balanza cuáles son los peligros que deben enfrentar y establecen cuál es el más horrible y nefasto, para optar entre alternativas posibles por la menos dañina, sobre la base del entrenamiento histórico de no disponer de ambientes prefijados y estables. Esta ambivalencia permite mitigar la desorientación provocada por el condicionamiento inherente a la dominación y el colonialismo.

Por esta tradición de resistencia cultural, esta ambivalencia encarnada en el arte y la literatura no es casual, porque ha enfrentado el virus de la indolencia, el desencanto, el matrimonio entre aquiescencia y conflicto, el desencuentro entre el ser y el sentir. Como ha señalado Virno, esto significa que, para orientarnos en el mundo y protegernos de sus peligros, no podemos solo contar con formas de pensamiento, de razonamiento, de

discurso ancladas en uno u otro contexto particular, sino que existe un imaginario colectivo que constituido de “lugares comunes” encarna en una acción discursiva el vínculo entre más y menos, la oposición de contrarios, las relaciones de reciprocidad, de solidaridad, etc. Esta creación o poiesis ofrece un criterio de orientación y, por lo tanto, un posible reparo en el curso del mundo cuando se transita de lo implícito a lo explícito, en el acontecimiento literario y artístico. Así deja de ser un trasfondo inadvertido para adquirir la condición de visiones especiales, un recurso compartido al cual los “muchos”, la multitud desposeída puede echar mano en cualquier situación.

Al respecto Paolo Virno, en Virtuosismo y revolución (2003), ha indicado que se trata de “aferrar el campo de la coincidencia inmediata entre producción y ética, estructura y superestructura, revolución del proceso laboral y sentimientos, tecnologías y tonalidades emotivas, desarrollo material y cultural”. La actual ceguera frente a las posibilidades para fomentar una conciencia crítica desde la condición ambivalente del acontecimiento literario es consecuencia del oportunismo que ha acompañado el crecimiento de la actividad y la crítica humanista. Esta, como ha afirmado Said, ha abandonado a los lectores en manos del mercado y las ventas, al promover su propio discurso interpretativo, en lugar de enfatizar la importancia del arte y la literatura para una cultura crítica y dialógica, condición de base de todo desarrollo humano. La responsabilidad no es exclusivamente de los autores ni de las editoriales ni de la prensa, sino sobre todo del intelectual y la ciencia poscoloniales que requieren de una reorientación radical. Tarea que aparece como un objetivo para refundar la praxis humanista y los estudios literarios. ¿Cuál es la función del arte y la literatura hoy?

La práctica literaria es más un medio que un objeto, su conocimiento nunca será un fin. La experiencia de la literatura solo es una vía a la realización del individuo que busca en ella un sentido más grande: el acontecimiento estético, y de este se partirá para comenzar a generar un análisis. La literatura es un síntoma de su sociedad, como tal hay que observarla desde una distancia histórica, comprender el efecto que su contexto tiene sobre ella más que su mensaje. (Abril Medrano Yagui, Estudiante Literatura UNMSM)

Yo fui testigo de tal acontecimiento, quizá cuándo era aún adolescente y leí La Metamorfosis de Franz Kafka, supuse que era una obra ficcional e incluso con un tono de cuento de terror; diez años después, la misma obra generó un giro de 180° en mi vida, ocasionó que mi mano diera un golpe en mi frente, al darme cuenta de lo equivocada que podía estar e incluso generar en mí: el gran cambio. Posterior a aquello, elegí a la literatura como mi camino hacia mi amada libertad. (Jazmín Torres Rojas, Estudiante Literatura UNMSM)

El acontecimiento estético-literario, que se produce por una experiencia imaginaria, requiere de un observador que sea capaz de interactuar, de recepcionar y descifrar lo provocado por la irrupción de un efecto; luego tenemos la labor crítica literaria, manifestada desde la disidencia, la cual exige una lectura atenta de la forma, dando paso a la confrontación analítica de lo transmitido en el texto. Es desde esa posición de disidencia que la labor crítica literaria nos hace ser capaces de llegar a ver el efecto de extrañeza. El desenredar lo encontrado en la simbología del lenguaje empleado nos permite cuestionar lo existente en la sociedad y la cultura actual. (María Elena Pérez, Estudiante Literatura UNMSM)

Collage: https://sites.google.com/site/musicayliteraturauniversal/

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