Política

Caras vemos, corazones no sabemos

CONCIENCIA CRÍTICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Enero 31, 2023

Iniciamos un conjunto de entregas que buscan avanzar en la reflexión sobre la actual crisis de gobernabilidad por la que atravesamos. La democracia peruana ha adquirido lamentablemente una notoriedad negativa a nivel internacional con el récord mundial de seis presidentes en cinco años. Nuestra actitud frente a estos resultados ha sido evadir nuestra culpa al atribuir la causa a factores externos a nuestra propia conciencia y conducta. La corrupción, la violencia, la ineficiencia y cualquier otra práctica termina por encarnar exclusivamente los males que sufre el Perú. Así no mejoramos ni aprendemos, pues un problema complejo se reduce a uno simple que oculta nuestra propia acción y responsabilidad individual y colectiva. En estas dos décadas de inestabilidad social permanente hemos optamos por una cómoda opinión superficial y mecánica, simple y determinista; es decir, por una supuesta explicación que obvia nuestra conducta y responsabilidad. 

Por esta actitud errada hemos repetido la misma postura interna en cada sucesiva etapa del fenómeno, tropezándonos con la misma piedra. Aún ahora, seguimos con este simplismo que nos lleva a interpretar la política peruana desde la aplicación de aspectos extrínsecos o externos, al margen y separados de nuestras opiniones y actos como ciudadanos. Contrariamente, la comprensión de dichas ideas y acciones, en tanto componentes intrínsecos o internos, son indispensables para una idónea comprensión de un proceso tan complejo. Tomemos conciencia de la necesidad imperiosa de considerar nuestras respuestas y justificaciones como un aspecto esencial a superar para una solución futura. En tal sentido, en el debilitamiento de la vida social, la cooperación y la solidaridad, nuestra indolencia juega un rol central. Por ello, la ciencia política del siglo XXI ha afirmado que la indiferencia expresada en la simplicidad de las respuestas frente a los candidatos y agrupaciones a gobernantes de turno son el primer escollo a superar.

Un ejemplo, que confirma el principio señalado, es la tendencia mayoritaria en los procesos electorales del país por parte de la población a votar por candidatos en base al carisma o la simpatía que encarnan, sin atender a sus programas, sus trayectorias y conocimientos ni a su solvencia ética como profesionales. La equivocación que acarrea estas motivaciones subjetivas y aparenciales explican el que todos los presidentes hayan terminado enjuiciados o encerrados en prisión, pero obviamos que nosotros tenemos parte de la responsabilidad porque votamos por ellos. Ha sido una constante en los sucesivos procesos electorales que los peruanos no dediquemos el tiempo necesario para evaluar en forma objetiva nuestro voto. Hemos elegido a los representantes de los cinco o seis mismos partidos, a pesar de sus antecedentes y la reiteración de sus falsas promesas de enmienda. Si han obtenido una votación suficiente para repetir sus fechorías es por nuestra ligereza e inmadurez política. Esto confirma que la gran mayoría de votantes peruanos son superficiales y asumen una ideológica de simplificación y apresuramiento recurrente.

Hay innumerables casos prácticos de esta reducción indebida de la complejidad que implica ejercer la democracia. La tendencia de los medios de comunicación a establecer rotundas demarcaciones entre candidatos buenos y malos consigue dividir a la población en bandos irreconciliables. También, posibilita acallar información sobre las limitaciones de todos los planes de gobierno propuestos, la irresponsabilidad en muchos puntos de los programas planteados y los escondidos intereses compartidos con empresas o negocios. La contraposición ligera sin argumentación sólida facilita la manipulación de las élites a nombre del supuesto interés por el pueblo. El énfasis reiterado en las cualidades personales del líder partidario refuerza la simplificación, útil para hacer falsamente comprensible el proceso al acentuar su valor de entretenimiento o de acción superficial. Así se escucha “Vota a ganador”, “Todos son corruptos”, “Nos promete seguridad”, pues sobre la base del carisma o la imagen el fundamento personal no deja de ser fugaz e inconsistente y se convierte en una apuesta ciega. La prensa propicia el huir, escapar del deber ante la complejidad de las cosas. Si votar constituye el poder en manos de los ciudadanos, no lo devaluemos. Si lo ejercemos en contadas ocasiones que sea de forma consciente y pensada, no marquemos las cédulas en base a ilusiones o apariencias que, como en un matrimonio, conducen al divorcio o a una separación conflictiva y dolorosa.

Así como en la actual cultura moderna no podemos basar nuestras decisiones familiares en la tradición pasada portadora de ideas obsoletas y anticuadas, también en las prácticas electorales no podemos repetir comportamientos políticos que no sirven ni son útiles para solucionar las dimensiones complejas de la actual vida social. La pasividad y la costumbre se muestran como un modo equivocado de actuar, una ideología, pese a que se presentan como carente de ella. Erradamente se reivindica que no se es político, precisamente sin saber que dicha respuesta constituye una política influida por la prensa y la publicidad tendenciosa. La intervención en los sufragios tiene que hacerse mediante procedimientos más válidos y verificables que el sentido común y formarse una opinión consultando fuentes de información distintas. Si hasta en los juegos de azar se combinan opciones, para optimizar el resultado, mayor razón si se trata de definir quiénes dirigirán la nación. 

Durante años hemos acrecentado nuestra crisis de gobernabilidad porque individualmente todos nos sentimos en capacidad de dar soluciones o respuestas bajo el supuesto de que peor no podemos estar. La experiencia de este último lustro en el Perú demuestra que cuando la ignorancia anda suelta, no solo se puede poner más grave el conflicto, sino que lo peor no tardará en acaecer. En cada elección se asevera como una verdad científica que nunca hemos estado tan mal. En los últimos treinta años, la ciencia y la tecnología han modificado prácticamente todas las actividades humanas. Han impuesto nuevos procedimientos y dispositivos centrados en la información para optimizar las respuestas frente a nuestras necesidades. Del mismo modo, como hace un siglo atrás, para la obtención de agua potable e iluminación en muchas ciudades medianas y pequeñas del país había que seguir procesos anteriores engorrosos y complicados, hoy en día la gestión de dichos servicios se ha regularizado y automatizado brindándonos mejores resultados en la salubridad y la seguridad. En tal sentido, no podemos continuar con ideas y comportamiento electorales anteriores, como si solo se tratara de asistir al local respectivo y marcar símbolos en forma mecánica, sin un conocimiento profundo de las consecuencias. La absoluta mayoría de los votantes peruanos deciden el candidato el mismo día y en la hilera o cola previa al sufragio.

Un signo del atraso de nuestra sociedad periférica es la pervivencia de una instancia central desde donde siempre se ordena y controla el funcionamiento de las distintas actividades sociales (económica, electoral, judicial, financiera, etc.), las cuales deberían actuar con autonomía, solvencia y conocimiento, incrementando el funcionamiento eficiente y ético del sistema. La centralidad se muestra como la continuidad de la injerencia del soberano o rey del régimen antiguo que desconfía de las partes y su independencia, pues busca un control vertical, basado en la idea atomística del todo como la suma de las partes, inadecuada para enfrentar el aumento de incertidumbre inherente al crecimiento poblacional y la globalización del mundo actual. Las colectividades del presente siglo exigen un incremento de la complejidad del sistema del poder en términos de capacidad de anticipación de problemas y predicción de respuestas, así como de la autonomía de las diferentes esferas.

Más que simples reformas políticas, el problema de la crisis sistémica del actual régimen político mundial y nacional impone un cuestionamiento generalizado de nuestros modos habituales de gobernar. Vivimos tiempos de innovación, no de reformas. Se trata de construir la teoría y la práctica de la democracia compleja del futuro, basada en la sinergia global; es decir, en la interacción de varios órganos independientes en la realización de una función articulada, lo que permite el incremento de los resultados debido a que actúan conjuntamente bajo el principio de que el todo es mayor de las partes. En tal sentido, Daniel Innerarity en Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI (2020) ha afirmado lo siguiente: “La arquitectura de la política clásica es infracompleja e inadecuada para los problemas generados por la sociedad actual; no tiene el correspondiente nivel de complejidad propia a la hora de elaborar la información ni las competencias cognitivas ni sofisticados procesos de decisión. No es solo que cuanto más complejas sean las instituciones políticas, más estable y socialmente eficientes serán los resultados”. Hay que innovar en la creación de un nuevo sistema político al servicio de todos y no solo de un sector de la sociedad.

Debemos esforzarnos por actualizar y renovar nuestros conceptos y prácticas políticas para construir una democracia más sólida en el Perú. Muchos de nuestros conceptos, normas y principios han sido formulados en relación con un periodo anterior de dominación e incipiente modernidad. El actual régimen político y electoral vigente ha fracasado, pues es incapaz de gestionar la creciente complejidad de una nación como el Perú, en el contexto de un sistema-mundo marcado por el cambio climático, la inteligencia artificial, los algoritmos y la economía del conocimiento. Tenemos la tarea de construir nuevos conceptos y prácticas para instaurar una democracia compleja, estable y participativa en la próxima década del siglo XXI. Ese cambio empieza por asumir con responsabilidad el ejercicio esencial de la democracia: la elección de nuestro mandatario y los representantes en el Congreso, pues quien elige por carismas y rostros a corruptos, analfabetos políticos y delincuentes cínicos no es víctima, sino cómplice. 

Pero, además hay que señalar que se trata de dos elecciones distintas: la del presidente y la de los congresistas. El presidente dirigirá el poder ejecutivo del Estado y serán los congresistas elegidos aquellos que deben aprobar leyes a favor del desarrollo sostenible. No necesariamente el mejor candidato a jefe de Estado tendrá los mejores parlamentarios, ni tampoco la dispersión de los votos en muchos grupos congresistas facilita la decisiones consensuadas o dialogadas, sino todo lo contrario. Una representación congresal de muchos grupos con poco peso político atenta contra la autonomía de la independencia de poderes y los planes a largo plazo, porque incentiva el oportunismo y el afán de lograr en el futuro cercano un mayor número de escaños e incluso la presidencia. Nuestra responsabilidad radica en votar con conciencia para evitar se perennicen representantes parlamentarios que solo busquen servirse del Estado en lugar de servir a la nación, como estamos lamentablemente constatando en estos días de muertes, conflictos y división entre peruanos.

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