Política

El retorno de la conciencia crítica

CONCIENCIA CRÃTICA   |   Miguel Ãngel Huamán   |   Abril 28, 2023

Los seres humanos nos creemos la especie viva más inteligente de la Tierra y la única que tiene conciencia. Este término que busca expresar nuestra supremacía evolutiva ha sido desde el inicio de la humanidad un gran misterio. La actual revolución tecnocientífica, sostenida en la incidencia de lo informático y digital en la investigación científica, ha propiciado un interés interdisciplinario por el pensamiento consciente debido a que este supuestamente nos hace diferentes a nuestros antepasados mamíferos, primates y antropoides.

El conocido físico-matemático Mishio Kaku, ejemplo de ese afán en diversos científicos por descifrar el enigma del “yo humanoâ€, ha propuesto una definición desde la actual física cuántica que dice así: La conciencia es el proceso de crear un modelo del mundo a partir de múltiples bucles de retroalimentación basados en distintos parámetros (por ejemplo, la temperatura, el espacio, el tiempo o la relación con los demás), para lograr un objetivo (por ejemplo, encontrar pareja, comida o refugio). Esta teoría espacio/temporal de la conciencia hace hincapié en los niveles de la misma para establecer una jerarquía entre las especies vivas.

El primer nivel de conciencia lo encontramos en organismos móviles que cuentan con un sistema nervioso central que les informa del espacio medio ambiental que los rodea y que les permite responder adaptativamente al mismo: ejemplos son los reptiles, batracios e insectos. En el segundo, los organismos crean un modelo de su lugar no solo en el espacio sino también respecto a otros animales. Ejemplos: mamíferos y primates. El último y tercer nivel de conciencia consiste en crear un modelo de su lugar en el espacio y también en el tiempo, tanto hacia delante como hacia atrás, con plena comprensión de compartir nuestro hábitat con otros seres vivos racionales o no; es decir, simular su evolución en el futuro y hacer predicciones al respecto. Único ejemplo: el ser humano. 

Si nos atenemos a esta escala podríamos afirmar que el homo sapiens actual ha involucionado o retrocedido hacia menos que el primer nivel de conciencia. Algunos objetarán dicha apreciación porque al ser la sociedad humana el mayor y más pleno ejemplo de nivel de conciencia segundo o social al haber creado civilizaciones, imperios y grandes urbes o ciudades donde compartimos con millones de semejantes no podemos retroceder. Sin embargo, la humanidad ha extraviado la solidaridad y la cooperación que permitió que construyéramos comunidades integradas no solo con la naturaleza, sino también entre todos los miembros de nuestra colectividad cultural, de lengua y de creencias.

El incremento de los suicidios, de las matanzas en los colegios y las muertes por drogadicción en los países de economías más desarrolladas, además del aislamiento por la pandemia, ha encerrado a la población mundial en sus ámbitos domésticos e impuesto un sentimiento de enclaustramiento. Frente a esta constatación se hace evidente que debemos recuperar los vínculos humanos en un mundo dividido, polarizado y donde nos enfrentamos unos a otros. La economista Noreena Hertz (El siglo de la soledad, 2021) ha afirmado que el aislamiento se ha convertido en la condición humana definitoria del siglo XXI. Daña nuestra salud, nuestra riqueza y nuestra felicidad e incluso amenaza nuestra democracia. Nunca hasta ahora había sido tan omnipresente y generalizada, pero tampoco nunca hasta ahora habíamos tenido tantas oportunidades a nuestro alcance para hacer algo al respecto, pero no se hace nada. Punto que, alejados del primer lugar, nos ubica incluso fuera del segundo nivel que alude a la conciencia respecto a los otros seres vivos.

Sin embargo, tampoco pertenecemos al primer nivel de conciencia porque la totalidad de los seres vivos de este nivel de conciencia viven en armonía y equilibrio con el medio ambiente, lo que les permite compartir en continuidad el planeta. El ser humano es la única especie depredadora y destructora de la naturaleza. No se trata de desastres o catástrofes extraordinarias, impredecibles e involuntarias. El modo de vida del homo sapiens se ha vuelto disfuncional a los procesos naturales. Constituye el único caso de una especie viva que destruye el medio ambiente en forma ciega. A fines del año pasado se celebró el Día Internacional contra el Cambio Climático, preparatorio de la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Calentamiento Global. Había gran expectativa entre los organismo, instituciones y científicos que luchan contra el calentamiento global, debido a los notorios y frecuentes fenómenos que indican la alteración mundial del clima en todos los continentes.

Lamentablemente, todos los mandatarios de los países, organismos nacionales e internacionales, los medios de difusión virtuales y tradicionales, las universidades e instituciones educativas y la gran mayoría de los 7,000 millones de habitantes del planeta ignoraron esta fecha por estar más preocupados por el mundial de fútbol, la guerra en Ucrania, la inflación económica, el aumento de precios del gas, etc. Con otras palabras: no tenemos conciencia del peligro de extinción consecuencia de la alteración de la biosfera por nuestra depredación, contaminación y consumo.

La humanidad en los últimos tres siglos ha retrocedido en cuanto al nivel de su conciencia crítica como especie. En pocas décadas se ha abandonado, negado y obviado la conciencia crítica de la importancia de una relación armoniosa con la vida en la Tierra y de respeto a los procesos de la naturaleza. El origen de la actual sociedad y cultura moderna se remonta a la Inglaterra del siglo XVII, con Oliver Cromwell y la Revolución Industrial. Culmina en el siglo XVIII con la Revolución Francesa. Todo el siglo XIX fue de crecimiento y expansión del sistema económico capitalista y del colonialismo político que difundieron el sentimiento del nacimiento de una era de prosperidad, promovida desde Europa y Occidente por todo el planeta. 

La hecatombe de la Segunda Guerra Mundial condujo a un nuevo pacto social dentro de una promesa de bienestar futuro y desarrollo para la humanidad en su conjunto. Esto se materializó en la fundación de las Naciones Unidas en 1945, por 51 países comprometidos en mantener la paz y la seguridad internacional, fomentar entre las naciones relaciones de amistad y promover el progreso social, la mejora del nivel de vida y los Derechos Humanos. Asimismo, para evitar que el terreno económico de plena competencia y lucha induzca a una nueva hecatombe bélica surge el modelo keynesiano que se basa en la intervención del Estado, que busca la solución de cualquier crisis y aboga por el aumento del gasto público para estimular la demanda agregada, incrementándose así la inversión, el empleo y la producción, lo que establece la estabilidad laboral, la seguridad social y la inversión social.

Lamentablemente, a partir de la crisis económica del 70 y posteriormente, con el surgimiento de opciones políticas de extrema derecha (Reagan y Thatcher), bajo el influjo de la teoría monetarista se retornó al capitalismo salvaje del siglo XIX, reduciendo hasta eliminar el rol del Estado en la economía mundial, con lo que el mundo se convirtió en una extensión de la lucha por la sobrevivencia como en el reino animal. El destacado economista francés Thomas Piketty ha sintetizado la primera gran crisis del régimen globalizado como una crónica de los años en que el capitalismo se volvió loco. Se trataría de un retroceso hacia el siglo XIX en cuanto a concentración de la riqueza en pocas manos y una disminución gigante de los impuestos a las ganancias y a la riqueza como dos siglos atrás.  Es decir, el sistema productivo regido por el capital ha conseguido en este siglo XXI que la humanidad retroceda al nivel de conciencia uno, centrado en una respuesta encerrada en sí misma, sin importar ni la naturaleza, ni los otros seres vivos ni los millones de seres humanos en situaciones de crisis, hambre y miseria. El actual modo de producción orientado hacia la ganancia y el culto al dinero, quiebra y obvia que existe una tendencia histórica hacia la igualdad y el crecimiento colectivo desde finales del siglo XVIII, cuya conciencia crítica se ha olvidado y por ello Piketty hace un llamamiento para retomar una visión disidente en el presente (T. Piketty: Una breve historia de la igualdad, 2021).

En tal sentido, hay que precisar que hoy los jóvenes se someten al proceso educativo con la finalidad de quedar integrados en el orden social hegemónico, motivo por el cual la educación juega un papel fundamental en la reproducción de la ideología dominante. Slavoj Zizek ha señalado (Como un ladrón en pleno día. El poder en la era de la poshumanidad, 2021) que lo que conduce a perennizar los graves problemas del mundo es esta visión de la educación. Para él debemos recuperar la conciencia crítica, la educación debe recuperar, buscar desarrollar en los estudiantes una formación disidente frente a las prácticas negativas dominantes para proponer un nuevo modo de vida que implique el uso de la ciencia y la tecnología para construir una calidad de vida para toda la humanidad, en armonía y equilibrio con la naturaleza. Solo así podemos imaginar un futuro alejado de la extinción, la lucha fratricida y las hondas injusticias actuales. Así, podremos retomar una conciencia nivel tres e iniciar el camino hacia una civilización planetaria que es el nivel uno hacia el futuro, según Mishio Kaku.

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