Política

Lo esencial es invisible a los ojos

CONCIENCIA CRÍTICA   |   Miguel Ángel Huamán   |   Noviembre 28, 2024

Uno no se puede ver a sí mismo como los otros nos ven. Nuestro yo depende de la mirada de los demás. Nuestra imagen es la que ojos ajenos nos reflejan y muestran como un espejo. La fascinación frente a esa identidad nos atrapa sin darnos cuenta que nunca somos como nos miran precisamente porque nuestra conciencia es interior, activa y abierta hacia nuestro devenir. Esta paradoja no nos salva de caer atrapados en el engaño que toda mirada oculta: esta siempre es una apariencia, un reflejo distinto de lo que somos sin poder dejar de serlo. Salvo que como Narciso nos agrade tanto lo reflejado en ese espejo que nos enamoremos de lo que creemos que somos en esas imágenes encubridoras y terminemos encerrados, atrapados en los otros, resignados e imposibilitados de vernos. Como los jóvenes digitales de este siglo atrapados en sus imágenes, redes, superficies virtuales, empachados de apariencia.

Los objetos no ven, solo los sujetos, pero siempre seremos objetos de la mirada enajenada de otros, donde nos muestran como lo que nunca somos ni seremos. El narcisismo no es un autoengaño, sino lo contrario: una verdad subjetiva, una apariencia, un semblante efímero, pasajero, mutante. Somos un camino, jamás un destino, siempre pasajeros, aunque acompañados. ¿En qué espacio, lugar, vehículo transitamos? En el lenguaje humano, es decir, en nuestra imaginación o nuestro imaginarnos a través de los que tampoco son, pero creemos que son, para asumirnos que somos como son ellos que no son. Caminante no hay camino porque al mirar atrás vemos la senda que no volveremos a pisar.

“Metanoia” se denomina a la sustitución de la mirada propia dirigida hacia otro por la mirada del otro dirigida hacia uno. Dicho remplazo constituye un imposible. En Fenomenología del espíritu Hegel sostenía que un individuo no puede revelar su verdadero carácter mediante la introspección, examinando su propia alma, ya que una introspección semejante solo genera incertidumbre y conjeturas porque ninguna certeza se puede extraer al analizar la apariencia de un individuo. El cuerpo humano ofrece apenas una imagen de las muchas posibilidades que puede llegar a encarnar algún día. La verdad de una persona se manifiesta únicamente en la acción que demuestra qué posibilidades se encarnaron y cuáles no. Es decir, no basta con identificar a una persona por su rostro y su cuerpo, también es indispensable una imagen de sus acciones.

Para lograr una visibilidad pública, un individuo no necesita forzosamente pasar a la acción política en sentido estricto (participar en revoluciones, guerras, sanciones, gobernanzas, congresos, etc.). Se puede interpretar el estado pasivo o de espectador como una acción si se ejerce una escritura con su entorno en sentido dialógico. El diálogo, la conversación, la interconexión virtual puede entenderse como una autoexposición que pone a la persona en control de su imagen siempre y cuando su interlocutor futuro sea receptivo a los juicios y opiniones que se comparten. ¿Cómo saber qué temas, asuntos, problemas poseen esta cualidad de interpelación? La apariencia engañosa constituye una artimaña exitosa para la pseudopolítica predominante en el Perú en las últimas cinco décadas. Los sucesivos presidentes elegidos que se han enriquecido mafiosamente, huido y terminado en la cárcel o están en juicios pendientes exige votar no por apariencias, promesas o carismas, sino por programas, trayectorias probas y honesta formación profesional para no repetir el error.

Algunos amigos y exalumnos suelen compartirme vía internet comentarios, reflexiones, avances de artículos con la buena voluntad de recoger una retroalimentación que supongo los estimule a seguir en la brega. Debo confesar que me siento desconcertado porque quisiera poder responderles con auténtica intención de contribuir a su proyecto humanista en curso. Lamentablemente, percibo que son bienintencionados al buscar tras mi respuesta imaginaria un cierto reconocimiento inconsciente que reavive el fuego de su labor. El riesgo de esta postura radica en el narcisismo que implica suponer que todo lo que uno reflexiona o piensa tiene la virtud de una obra de arte; es decir, una vigencia en sí misma por factores imaginarios encerrados y monológicos. El secreto para asumir una postura abierta de diálogo y conversación radica en la convicción interior en lo que uno hace o propone. No son los logros materiales o económicos ni la sabiduría o conocimiento abstracto o pleno lo que constituye nuestra verdadera imagen interior. Generan una imagen interior auténtica, solo las convicciones personales que surgen de nuestra experiencia y nos brindan fuerza, coraje, persistencia. La honestidad, el conocimiento, la actitud ética no se predica: se ejerce, se practica, se vive. Estas convicciones constituyen el secreto de las grandes personalidades en la humanidad. Lo difícil radica en encontrarlas y asumirlas, aprender de ellas en un diálogo interior sincero y sereno.

En estos tiempos del culto al dios dinero y la ganancia nos dejamos llevar por la apariencia, por un difundido narcisismo que la supuesta libertad creativa de lo digital pone a nuestra disposición. Como han señalado numerosos estudiosos, la computadora implica un poderoso sistema cultural asumido como inocuo que de manera entretenida nos acostumbra a lo superficial en detrimento de lo esencial. Los algoritmos y las fórmulas inteligentes diseñados tienen como objetivo convertirnos en espectadores pasivos de las decisiones ajenas que difunden valores funcionales al consumo. Esta era ha remplazado la religión por el diseño, el cuerpo por el alma al convencer a cada sujeto aislado del valor supremo de diseñarse a sí mismo, a acicalar su figura e imagen. La unidad entre estética de la apariencia o la imitación y la ética de la decoración o el plagio ha triunfado. Inmersos en una sociedad de simulacros nuestro individualismo deviene muy diferente del vigente en el siglo veinte basado en el esfuerzo individual en diálogo con lo grupal. De una fase de la singularidad cotidiana hemos ingresado a otra de lo impersonal, de la desindividualización. El arte y la literatura consumista en el vigente capitalismo artístico promueve la disidencia estética como un efecto de rechazo a la experiencia estandarizada de la conciencia personal, sostenida en dicotomías irreductibles, solo para imponer la apariencia como una verdad absoluta.

Para enrumbar en sentido interior, conviene recordar en este vertiginoso siglo XXI, el libro La personalidad creadora de Abraham H. Maslow, un estudioso promotor de una psicología humanista que, a inicios de los ochenta, desde una perspectiva interdisciplinaria nutrida de la biología, la física, la química y la estética articuló una síntesis entre el conductismo y el psicoanálisis para proponer una visión del ser humano como un proyecto de autorrealización esencialmente creador. Recomendaba prestar atención a las personalidades fuertes que en la acción contra la corriente forjaron una actitud de afirmación interior digna de emulación. Así las carencias y actitudes deprimentes se trocaban en convicciones interiores cruciales para el futuro. Los grandes temperamentos no se reducen a inteligencias superiores, acceso a información amplia o atención a las imágenes halagadoras del entorno, sino a las convicciones propias que alimentaron por imitación una imagen interior sólida y promotora de valores solidarios, cooperativos y comunitarios.

La cultura del consumo vende la idea de que tu decisión individual es original, única y singular. Constituye una imagen narcisista basada en la apariencia y en criterios comerciales, sin ningún arraigo interior ni valores colectivos y formativos. Es decir, esta sociedad tiende a imponer, con la inteligencia artificial, la automatización de todas las esferas de la actividad social y hace de la impronta individualista una colectividad de autómatas, aislados y encerrados en sí mismos sin capacidad de diálogo, reflexión ni crítica. Para imponer ese futuro ha desarticulado el motor de la autonomía y el compromiso con la comunidad que la educación implicaba. La educación nacional orientada hacia el mercado de trabajo y privatizada se ha convertido en un medio de enajenación egoísta. Para obtener una convicción creadora y convertirnos en personalidades proactivas Maslow propone ocho modos o principios de autorrealización a seguir. Revisemos cada uno de estos.

Debemos vivenciar nuestra existencia de manera plena, vívida y desinteresadamente como un don que nos ha sido concedido y hay que aprovecharlo interiormente. Asimismo, entender la vida como un proceso continuo de elecciones sucesivas en donde lo importante consiste en la continuidad positiva. Entender que el sí mismo se fundamenta en su actualización permanente. Frente a cualquier duda hay que optar siempre por ser sincero y transparente. También, elegir siempre la opción que nos permita crecer sin temor y responsabilizarnos al respecto. Entender que la autorrealización significa un proceso de fortalecimiento de nuestras potencialidades. No caer en el autoengaño soberbio porque las experiencias cumbres son solo momentos transitorios. Todos tenemos experiencias positivas y exitosas, pero no todos lo saben ni tienen por qué saberlo. Esperemos que estas recomendaciones ayuden a los jóvenes bien intencionados en el largo camino de la construcción de una convicción interior que debe guiar toda acción humanista vital. Como nos recuerda el título de esta entrega, que ha sido tomada de El principito de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) el gran escritor francés.

 

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