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Taco 15

  |   Claudia Odar / La esquina de una niña mala   |   Julio 25, 2012

La última vez que lo hicimos fue al regresar de una fiesta. Eran casi las cinco de la mañana. Tenía un vestido negro corto que lucía muy bien el tatuaje de mi espalda. Ingresamos a la habitación en silencio. Él encendió la luz y luego se puso detrás de mí –yo llevaba el cabello recogido– y acarició mis pechos mientras ambos mirábamos el gran espejo de la pared. Se dirigió hasta mi cuello, lo besó y dijo: â€œni se te ocurra quitarte los tacos”.

Se tiró en la cama. Estaba más guapo que nunca, lucía su ensortijado cabello con el alboroto exacto para atraerme. Estuve quieta frente a él, sonriendo provocativamente, viendo cómo poco a poco dejaba a flote su histrionismo desvistiéndose para mí. Era una seguridad de infarto, un duelo de vanidosos, seguros, presumidos del sexo. Éramos él y yo... supuse que era la horma de mi zapato, y viceversa.

Con el torso desnudo y el pantalón con la bragueta abajo, se sentó al borde de la cama y pidió que modelara para él. Sentí que perdíamos el tiempo, ahora bien podríamos estar desnudos y disfrutando del calor de nuestros cuerpos. Estaba cansada, habíamos bailado mucho y caminado varias cuadras antes de llegar a ese lugar.

Comencé a caminar como león enjaulado, con mala gana, pausado y de extremo a extremo. “No. Disfruta, modela, deslízate como gacela para mí”, dijo. Está loco, pensé. Para él no estaba ahí cansada, soportando un taco aguja número 15 y un vestido carísimo. Pero bueno, tenía que jugar con él. Así que caminé suave, crucé las piernas como en celo, y le regalé miradas felinas que lo motivaron a frotarse mientras pasaba muy cerca de él.

Pasaron unos minutos y ahora ya no se frotaba sobre la ropa, sino se masturbaba con soltura y yo… comencé a humedecerme de verlo así, tan excitado con el simple caminar. Me puse de espaldas delante de él, bajó el cierre de mi vestido, me lo quité suavemente mirándome en el espejo. Pero cuando intenté quitarme los tacos, abrió los enormes ojos y dijo con autoridad “no te los quites, ven”. Me acerqué y me monté sobre él con los ojos contemplando el espejo, escuchando como jadeábamos de la emoción, sintiendo como suavemente entraba y salía, entraba y salía, entraba y salía… con total dominio de mí.

El espejo me excitaba demasiado, me gustaba verme y verlo, me gustaba ver cómo me ponía en cuatro y penetraba como loco. Acariciaba mis muslos, seguía por mis piernas y luego por mis tacos. Era raro ver su fetichismo con ellos. Me gustaban esos tacos, pero creo que a él más. Se sujetaba de ellos y se agitaba contra mí y yo vivía feliz el momento.

Luego me pidió que se la mamara, pero buscando que mis zapatos estuvieran muy cerca a él y mi boca muy cerca a su miembro. Se la comencé a chupar, y veía como él apretaba los tacos con fuerza, y comencé a jugar con su pasión. Mi taco más cercano a su cuello comenzó a recorrerlo suavecito, subía de su pecho hasta su rostro, muy cerca a sus labios. Entonces el taco fue absorbido por su boca, como mamándolo, como si fuera un niño que encontró su chupetín. Besó mis pies, suave, jugó con ellos. Yo seguía chupándosela, sin olvidar que de rato en rato mi taco nuevamente se apoderara de él.

Pasado el juego, me monté mostrando la espalda para que sus manos pudieran coger mi trasero y  esos tacos que lo enloquecían. Me daba nalgadas y nos mirábamos por el espejo. Yo seguía cabalgando esa fiera que hoy superaba con desmedida mi cansancio, me volteé e intenté que poco a poco llegara conmigo, pero se rehusaba.

Se apartó de mí, me tiró contra la cama, me levantó las piernas y comenzó a frotarse con mis tacos. Comencé a pajearme mientras lo observaba, pero al rato me levanté, lo jalé contra mí y le dije que tirara conmigo (sabía que éramos tres: mis zapatos, él y yo). Me acarició, me llenó de besos y luego continuó con la consigna de ser feliz mientras mis zapatos lo masturbaban. Lo comprendí, me dejé llevar y me entregué al amor propio. Logré motivarme y, casi al final de mi delirio, él comenzó a hacer lo que me gusta: lamérmela con las piernas bien abiertas, mientras me decía todo lo puta que soy hasta el clímax. Él siguió frotándose y terminó embarrando los tacos 15 con todas sus profundas esencias.

Se echó a mi lado, me abrazó por el abdomen, apoyó su cabeza en mi pecho, suspiró y dijo: “eres la mejor”. Inspiró ternura, reposé sobre él, limpié en el baño con pena mis zapatos. Una vez libre de ellos reí por todo. Para la próxima procuraría no caminar tanto, la emoción con taco aguja para algunos es muy excitante.

 

Foto: http://www.tucumanalas7.com.ar

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