Blogs

La confesión

  |   Claudia Odar / La esquina de una niña mala   |   Febrero 06, 2012

La escena era la siguiente:

Mi padre con la seriedad absoluta que merecía la reunión de esa tarde, soltó la inesperada pregunta, propia de una telenovela mexicana:

—Hija… tú… ¿has fumado marihuana?

Mi madre con los ojos brillosos (al mejor estilo ánime) esperaba ansiosa la respuesta (negativa) de mi parte.

—Sí… ya hace un tiempo…

Atónitos ambos, palidecían mientras yo tenía una descarga de sinceridad repugnante y dispuesta a responder cualquier interrogante como un boxeador en el ring. Mi padre nuevamente contraatacó.

—Entonces… tú… ¿ya no eres virgen?

Miré sus rostros de padres conservadores y solté una incoherente carcajada alistándome para responder esa inquietud.

—Obvio papá, ¿quién a mi edad y en estos tiempos lo sigue siendo? Y ya con varios ah…

Una música de fondo y un close up a los rostros de los viejos. Pálidos, más que sorprendidos, decepcionados. Sí, su hija no sólo era la buena hermana mayor, alumna universitaria, la principiante de periodista, la loca poeta. Sino también era una niña mala para ellos, eso era un hecho.

Imagino que habrá pasado por la cabeza de mi padre en ese momento. Supongo se habrá preguntado: ¿En qué momento mi hija se convirtió en una mujer pastrula? ¿Con qué fumones se habrá metido? ¿Quién fue el miserable que la desgració? ¿Por qué diablos no me di cuenta? ¿Qué clase de padre soy?

Sí, sí, su niña bonita dejó que regaran su flor hace ya varios años desde que él decidió confrontarme junto a mi madre. Pero la vida es así amigos, nacemos, crecemos, exploramos, a veces por o sin error nos reproducimos y morimos. Y si muero, que espero no sea pronto (como casi siempre lo pienso) que sea luego de haber aprendido a acostumbrarme a no amar, porque si hay algo que hago siempre (bien o mal) es eso, aunque luego me parta el corazón, me destruya emocionalmente. Chicos, las mujeres somos así, nunca le cerramos la puerta (ni las piernas) a todo aquel sentimiento que nos dé algo parecido a la felicidad. Nos rehusamos a decir “no creo en el amor” porque a mayor sufrimiento creemos que amamos más, y siempre vemos y oímos lo que queremos para tener frases esperanzadoras y seguir diciendo: “no me negaré al amor”.

La escena relatada en un principio fue, digamos, el inicio a un mundo de sinceridad e indiscreción descarada de mi vida. Mi familia desnudando situaciones que callé y decidí escribir en un documento en Word —que por error y para mi mala suerte— fueron descubiertos por mi madre mientras aprendía algo más del estresante mundo de internet.

Leyó un post que redacté una noche antes de la hecatombe familiar, luego de una de las tantas discusiones con ellos: “Y si lees esto, sólo te diré algo: ¡Jódete!”, y así fue, como anticipándome a todo lo que sucedería dejé esa última línea.

En adelante, luego de desaparecerme semanas de mi casa, y de que mi padre dejara de hablarme por meses y llorara en su cuarto, no tuve más reparo que simplemente contar con la confianza de ellos, y ellos con mi desfachatez.

Seguí siendo la misma loca. Con la diferencia de que prometí (cruzando los dedos) dejar de fumar, previa amenaza de rehabilitación de su parte. También comenzó una nueva era para ellos. Ambos leyeron más y tuvieron una extraña, pero efectiva mutación a padres open mind. Ella y yo iniciamos pláticas sobre sexo, poses, fantasías, métodos… y él, prefirió compartir conmigo un cigarro en plena calle. Nuestra vida fue de lo mejor en adelante.

El problema es cuando ese rostro frívolo y despreocupado que mostré en esa ocasión de sinceridad extrema, se pierde en el llanto silencioso de una cama por la noche.

Sólo esos dos amigos que encontré luego del terremoto familiar son los que saben de mis fugaces amores, de mis deseos malsanos, de cómo quiero mi vida. Pero no de frustraciones, decepciones, dolores. Eso no. Y ese es el precio de querer ser niña mala. Es callar, tragar lágrimas y explotar el orgullo a mil.

Si esta esquina es de una niña mala, mira a tu alrededor, mira cuántas niñas malas ves… muchas veces no es así, a veces lo malo, no es tan malo, es buenísimo, y las niñas malas, a veces somos niñas muy buenas… saca tus propias conclusiones.

 

Fotos: Raffo Rioja (foto del blog) y Gianmarco Nazario (foto del texto).

Compartir en

Facebook   Twitter   WhatsApp

394 Vistas    

Comentarios

9 comentarios

Déjanos un comentario

Visita mas contenido

Da clic Aquí para que revise otras publicaciones sobre Blogs