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Juego de chicas

| Claudia Odar / La esquina de una niña mala | Abril 02, 2012
Llegó la noche y su madre nos pidió que vayamos a dormir. Yo me miraba al espejo y vi cómo ella se ponÃa el pijama de verano suavemente y dejaba a relucir sus pezones en crecimiento y su culo tierno, muy dispuesto a todo. El juego de buenas amigas siempre será un entrañable recuerdo.
Apagué la luz y me acosté junto a ella. Me preguntó si siempre Ãbamos a ser asÃ, las mismas amigas de siempre, las que se prestaban cuaderno a la salida del cole, intercambiaban ropa, y apostaban con qué chico bailarÃan en cada fiesta donde iban. Yo le respondà que sÃ. Que nunca me alejarÃa de ella, que me sentirÃa sola y podrÃa dejarme morir lentamente si aceptaba estar con el muchacho de la esquina de su casa.
Frunció el ceño y estampó un beso en mis labios. PalidecÃ, porque dÃas atrás juramos que no lo volverÃamos a hacer. Eso no era “normal†y menos cuando se está bajo efecto de una borrachera a escondidas. Sin embargo, le correspondÃ, la besé y mientras lo hacÃa no dejaba de mirarla con total deseo y me limité a pasar mis manos por su rostro, por sus hombros, por su cabello lacio y muy negro. Fui feliz, reÃamos al vernos ahà juntas sintiendo la piel tersa. Fue una escena dulce que acrecentó cuando le cogà la cintura y mis dedos rozaron suavemente sus caderas.
Ella, no sólo tenÃa esa tentadora belleza de púber, era imponente, imposible para mÃ, pero en ese momento era solo mÃa. Me miró a los ojos, cogió dulcemente mis mejillas y se puso sobre mÃ. Me asusté un poco al principio, sentà que me perdÃa en lo prohibido, en lo extraño. Pero no podÃa rehusarme a esas manos, a su cuerpo, a sus besos largos que estremecÃan mi mente.
Me susurró con voz de niña que me desnude para ella. No disimulé la vergüenza, al rato éramos dos niñas traviesas y felices jugando al “quita prendasâ€. Cuando se deshizo de mi polo, sus brazos rozaron mi piel; jamás pensé sentir de modo tan Ãntimo ese olor fresco de su perfume de frutas. Quedé embriagada de ella y besé con torpeza su cuello, aprendà a disfrutar de sus hombros y sus pechos. Mi lengua se entretuvo lo suficiente en sus pezones que ella decÃa no pares y guiaba con desespero mi cabeza en sus senos tiernos.
Luego se adueñó de la situación. El par de años que me llevaba, denotaban que conocÃa más de esto que yo. Me enseñó a explorarme y a explorarla, me dijo: cógete ahÃ, frótate, yo te enseño y empezó a frotarse en mi pubis asustado, excitado. Perdà la conciencia por un momento, y sentà su lengua explorando mi lugar más secreto. Subió y me besó, era una joven tempestad de pasión que mecÃa sus caderas sobre las mÃas. La escuchaba gemir suavecito para que no nos oyeran, la abrazaba, le acariciaba fuertemente la espalda, mis manos sintieron sus glúteos en un vaivén extraño pero placentero. Con sus muslos abrÃa mis piernas, la besaba, nos besábamos, me cogÃa los senos, los lamÃa y succionaba. La oscuridad no me permitÃa verla por completo y en un instante sentà su dedo en la zona menos pensada. Sentà placer, dolor, adormecimiento total, y ella me tapó la boca, me pidió que me dejara hacer, que era rico, que no tuviera miedo, ella me enseñarÃa… y le permità hacerlo, pero sólo un momento.
SabÃa que esto era el mejor juego que habÃamos tenido y me tomé la licencia de hacer lo mismo, de descender hasta su pubis y descubrir ese sabor de su vagina. SÃ, era rica, estaba muy húmeda, y yo sorprendida. Mis manos la acariciaron y luego mi lengua se movió de un lado a otro, dijo hazlo como si me besaras, con amor y sonreÃ, cerré mis ojos, jugué un rato con sus piernas de gacela y me sumergà en su sexo. Al rato la escuché gemir más fuerte, ella misma se tapó la boca y con la otra mano me sujeto fuerte. Me puse sobre ella, la miré y le besé el cuello color canela suavemente. Sonrió al verme quieta admirándola, acarició mi rostro, me besó largo tiempo, me miró fijamente y besó mis hombros, jugó con mis pechos y apoyó sus manos por mi abdomen y mi pubis.
No podÃa creer qué habÃamos hecho, pero me gustó. Nos tapamos un momento con la sábana mientras nos acariciábamos el cuerpo, le gustaba pasar sus manos desde mi espalda hasta mis muslos mientras nos mirábamos. Al momento pegó su cuerpo al mÃo, nos besamos nuevamente y me dijo: “vistámonosâ€. ObedecÃ. Entonces volvió a ser la misma amiga de hace unas horas, y como si nada hubiera pasado me dijo ya duerme y me dio la espalda. No entendÃ, supuse que serÃa normal su actitud, pero ahora pienso que “yo me enamoré de ella y ella siempre jugó conmigoâ€. Al dÃa siguiente, la invité a mi casa a dormir.
Foto: imagen extraÃda de la pelÃcula franco-italiana "Bilitis" (1977)
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