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La noche del sofá
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| Claudia Odar / La esquina de una niña mala | Mayo 25, 2012
Cuando conocà a Z, A se habÃa ido a la barra a comprar unos tragos en medio de un caos de gente. Z aprovechó esto y se sentó a mi lado, con desparpajo me robó un beso, y dijo que podÃa llevarme en su auto donde se me antojara, y no me arrepentirÃa. Y como dando pase a algo más que una imprevista salida, antes de irse, no tuvo reparo de meter su mano por mi entrepierna aprovechando que llevaba una minifalda nocturna muy lista para algo inesperado.
A cumplÃa los requisitos por los cuales cualquier mujer divertida podrÃa atreverse a “cambiar un poquitoâ€. Por él, por mÃ, por eso que habÃa nacido más allá de las sábanas. Era no sólo un buen amante, sino el hombre del que posiblemente pude haberme enamorado, semejante al hombre ideal del que muchas hablan. Pero todo cambió cuando aquella noche en el bar apareció Z. FÃsicamente una máquina humana en bivirÃ, una tentación andante con pelo largo, una precisa representación del hambre carnal. Notar eso solo pudo enfermarme más de él.
La fuerte presencia de Z alteró mis hormonas y expandió a Imaginación. TenÃa la mente y los ojos clavados en él, deseaba que viniera y me levantara el vestido para sentir mis movimientos y los manipulara frente a todos. Mientras A me traÃa un delicioso orgasmo, yo soñaba sorbo tras sorbo con mil orgasmos regalados por Z. Y mientras A me besaba, yo mentalmente hacÃa el amor con Z delante de los ojos de A.
Estaba mucho más que acalorada, asà que puse todos mis deseos en apasionados besos con A. Lo acariciaba bajo la mesa, sobaba su entrepierna y dejaba que sus manos fuertes empezaran en la oscuridad del local el manoseo previo a un encuentro sexual. Entonces A besó mi cuello, metió su mano por el escote de mi polo amarillo, y mi mirada en delirio por el alcohol chocó violentamente contra los ojos lujuriosos de Z. Él desde el otro lado brindaba conmigo. Seguà su juego y le guiñé el ojo mientras mordÃa mis labios. Él me respondió sobándose allÃ, abajo, como diciendo “mira, es todo tuyoâ€. Llegué al lÃmite de mi estabilidad, me aparté de A y fui al baño.
En el baño me acomodé en un sofá amplio y antiguo que le daba un toque bohemio al ambiente. Pensé en A y en Z. Antes de salir, y con la excusa de ser un baño unisex, entró Z. Sonrojé en el momento, una ráfaga de pudor opacó mis pensamientos impuros y casi hipnotizada, me senté nuevamente en el sofá. Dudosa pensaba en quien me esperaba feliz afuera, y en esta tentación que estaba junto a mà y no me daba tiempo de pensar sino corresponderle con más besos. Sin mucho esfuerzo dije “qué más da!â€, y me acomodé junto a él, me levanté la minifalda y dejé que aligerara sus pantalones para tener la comodidad de jugar conmigo. Ya sobre él estaba en un balanceo extraño, sujetada por sus brazos, esclavizada por sus candentes besos y dueña de unos cuantos gemidos que se ahogaban por la bulla del bar. SÃ, con muchÃsimas ganas me monté a Z y dejé que A espere afuera.
Disfruté de su delicioso color canela adornado por el incienso dulce y el olor a cigarrillos. Sus ojos almendrados me dejaron al compás de sus caderas bajo las mÃas... Hacia delante, hacia atrás, él tomaba mi cintura suavemente y yo su nuca. Lo miraba fijamente deseando congelar aquellos momentos, esas vibraciones por siempre.
En un momento sonó la manija de la puerta y notamos que la habÃamos dejado mal cerrada. Pero el poder de la piel era más fuerte que la vergüenza de que alguien nos viera. Z jaloneó con fuerza mi sostén y dejé que sienta el aroma tenso de mi piel, que su boca golpeara mi pecho y su lengua se pierda hasta encontrar mi respuesta. Fue asà que, como disfrutando del trago que dejé afuera con A, al momento se la comencé a chupar. Y lo digo burdamente porque fue un momento inesperado, rápido, crudo y cruel, condenado a una eternidad de imaginación, al adiós, al no sentirnos nunca más.
Mi lengua tropezó entonces con sus movimientos, mis labios besaron con temor esa magia que él desbordaba por segundos en mi boca, y mis ojos adoraron con respeto su imponencia, su forma perfecta de seducirme con esa mirada que estimulaba mi más recóndita osadÃa. Dueño del tiempo, Z condujo mi cuerpo de espaldas y de rodillas sobre el sofá, fui devorada por una máquina que aumentaba en desenfreno conforme la noche se extendÃa. Lo sentà ahà dentro, caliente, como un roble y dominante. Sus manos acariciaron mi pecho entregado, y contra la pared me penetró hasta borrar las últimas poses de falsa pureza que exhibÃa con A.
Z era mÃo, y cómo hubiera disfrutado si A también hubiese sido parte del baile que gozábamos escondidos. Pero estábamos solos, entre roses, gemidos y silencios cubiertos por el sonido de nuestras pieles. Al rato, y sin decir palabra alguna, Z me permitió salir primero. Acomodé mi polo, mi cabello, la minifalda y abrà la puerta. Al llegar a la mesa no encontré a A. El mozo que estaba cerca a mi mesa señaló con nerviosismo la servilleta que hallé debajo de mi orgasmo, tenÃa una nota con cinco palabras: “Espero lo hayas disfrutado, putaâ€. Supuse entonces que quien abrió la puerta del baño fue A, que nos encontró y se llevó la peor de las sorpresas… verme gozar con alguien distinto a él.
Terminé el trago. Z se sentó nuevamente a mi lado, las sensaciones de ese momento con A y Z me daban la maldita lección de que no estoy hecha para el formalismo, porque simplemente nunca me preocupé por algo asÃ. Timbre al celular de A y estaba apagado. Salà del bar, esperé un taxi para ir a buscarlo, pero supuse que no estarÃa en su casa. Con descaro apareció Z, me tomó por atrás y me dio un beso en la mejilla. Qué diferente era recibir un gesto asÃ, del hombre desconocido con el que habÃa follado en el baño.
Pero aún con ese dolor de saber que perdà al hombre que me pudo amar, me sentà libre, sin ataduras, me sentà yo. Le propuse regresar al bar. Me tomó de la mano, y continuamos el ritual en el sofá inesperado. Como siempre, la función nocturna debe continuar.
Foto: Alfredo El Malas.
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