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Un viaje de placer

  |   Claudia Odar / La esquina de una niña mala   |   Junio 25, 2012


Mi intención era cambiar de aires. Perderme por horas en un ambiente poco común, pero conocido. Rodearme de gente extraña. Olvidarme de todo, de ellos, de mí. Pero mi genio pudo más que mi propósito. Yo no sabía que mi compañero de viaje en ese bus estaría tan apetecible y –lo mejor– tan predispuesto para regalarme esa noche... un viaje de placer.

Llevaba todo lo necesario para poder pasar unos buenos días lejos de los hombres. No recuerdo el origen de mi nostalgia, solo me sentía feliz porque en unos minutos me alejaría más del rico norte con una cartera de mano con lo básico: un celular apagado, algunos billetes, la agenda de la diversión (que no incluía penes) y una libreta en blanco donde anotaría cada buena acción. Era hora de dejar un espacio para que Micaela duerma, y mi otro yo hiciera algo diferente ante todo tipo de tentaciones que pudieran aparecer en el camino.

La prueba desde ese bus interprovincial fue más rápida de lo que imaginé. De repente, vi a mi costado un apuesto joven de ojos verdes, pelo oscuro, brazos velludos y pectorales más que formados. ¿Una fantasía? Sí. Llevaba unos audífonos puestos y yo la baba cayendo sobre mi polo licrado de tiras que traslucía la transparencia de mi brassier y la erección espontánea de mis pezones.

Me relamí como un lobo tras su presa mientras lo veía de reojo, y él golpeaba mi orgullo con su indiferencia. Mientras su fragancia se impregnaba en mi cabeza y me hacía recordar a mi último compañero de aventuras, A, yo buscaba la manera de romper el cristal y ser nuevamente yo, al menos por estas horas.

En el intento  de acercarme a él me quedé dormida. No pasó mucho rato y desperté. Ambos teníamos las mantas puestas y yo sentía frío. Llevaba un short que a duras penas me cubría lo básico, así que no tuve más remedio que acercarme a mi compañero de viaje y pegarme a él. Sentir la dureza de sus brazos, su calor. Y de un momento a otro él estaba frente a mí, recostado, en total reposo y convertido en un niño que poco a poco acariciaba mi muslo derecho. Estaba dormido. Y yo... deseosa de más.

La música de sus audífonos se podía escuchar claramente: bossa nova… qué relax. Yo viajaba excitada y él dormía bajo el hechizo de Rita Lee. Resignada al silencio me dispuse a soñar y pensar qué lugares visitaría una vez en mi destino con mi nuevo yo. Miré por última vez la paz de mi misterioso compañero, cerré los ojos y… su mano subió suavemente hasta mi pelvis, acarició más abajo, ahí, en el lugar prohibido. Era un sueño, no podía ser real, sentí mis pechos mecerse en un apretón descarado de unas manos extrañas que atravesaban mi brassier por encima, para acariciar entre el silencio del viaje y mi vano esfuerzo por no ser yo.

Abrí los ojos, y su mirada felina me atrapaba. “Hola”, me dijo. Me desconcertó. Pero era ahora o nunca. Con el mayor cuidado, apoyé mi cabeza en su hombro mientras me pegaba más. Él rodeaba mi espalda con su brazo derecho y me acercaba para acariciarme el pecho con más fuerza. Cubriéndonos con la manta, se deshizo de mi brassier para lamer con cuidado mis pezones…y yo, morderme la lengua para no soltar un exquisito gemido.

Empecé a sobar en su entrepierna con cierto pudor, casi miedo. Le hubiera dicho para ir al baño, pero lo excitante era el lugar, entre la oscuridad del bus y la luz de algún poste allá en la civilización. Ese era un viaje de placer a medias, necesitaba más.

Con el manoseo y el frenesí de mi compañero desperté por completo con los instintos hambrientos, me acerqué con fuerza y lo besé. Lo besé y dejé que él siguiera metiendo su mano dentro de mi short y que su dedo medio jugara a las escondidas conmigo. Qué manera de meter el dedo, qué delirio como para seguir quedándome callada, quería más. Él besaba mi cuello, intentaba respirar calmada para no despertar a nadie,  Ã©l dejaba que sus manos jugaran por mis glúteos y mis profundidades. Podía estar ahí adentro, moviéndose a mil, podía salir y acariciarme, dejar que me humedezca automáticamente y volverme a penetrar por otro lado y salirse nuevamente hasta humedecerme al límite, y yo quería más.

Podía sentir sus latidos en mi cabeza, tan fuertes, tan intensos, tan mío… a la vez acercarme a la realidad de ese ómnibus interprovincial con más de sesenta personas descansando. Aún con los ronquidos y murmuros, me dejaba penetrar táctilmente por mi misterioso acompañante que ya se había encargado de acomodarme de costado para penetrarme suavecito, desafiando al  mismo silencio. Para asegurarse me tapó la boca, no saben lo mucho que enloquecí con esa imagen de nosotros pegaditos ahí, él dándome suavecito y yo recibiendo mientras miraba a la ventana y veía un desierto pasar a velocidad. Qué rica manera de presentarnos, qué fascinante manera de despedir a Micaela, qué rica manera de sacármela y metérmela por atrás sin contemplaciones… ¡Auuuu!, exclamé. Supuse que desperté a más de un pasajero.

Mi compañero se apartó y quedó en una posición de costado inmóvil, como durmiendo. Me acomodé el short y me paré al baño. ¿Realmente quería esa aventura fascinante hoy? Me lavé la cara, salí para desafiar al “público”. En mi sitio de vuelta, lo veía dormido, o fingiendo, lo besé, y me agache suavemente para metérmelo a la boca, con sus manos dirigía mis movimientos, yo ahí, mamándosela y gozando, metiendo su mano por el polo y sintiendo sus pectorales, embarrándome de semen que tragaba por pocos mientras se la corría. Qué delicia.

Al rato, me acomodé en mi sitio nuevamente. Por fin conversamos. Mi compañero estudiaba para marino y al estirarse aprecié su espalda atlética, sus brazos fuertes. Huía unos días al norte, escapaba de una sanción que ganó en su escuela, con el riesgo de ser dado de baja. Era un chico de aventura. Por eso hizo eso conmigo. Era lo que necesitaba. 

El marino también me confesó que huía del amor y yo le dije que huía de mí misma. Al llegar a nuestro destino, nos despedimos con un dulce beso en los labios. Mientras recogíamos el equipaje como un par de extraños, me pidió mi número de teléfono. Saqué mi libreta en blanco, y anoté el suyo. 

Decidí empezar mi visita en este lugar con el marino. ¡Qué diablos! Es inútil. Hoy más que nunca, sigo siendo Micaela.

 


Foto:  http://www.elautobus.blogspot.com/

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